El Dadaí­smo



La historiografí­a del arte ha sido muy injusta con el Dadaí­smo. Recientemente, se ha iniciado a valorar sus verdaderos aportes. Era común, hace algunos años, escuchar que el único valor que habí­a tenido el Dadá, era haber provocado el inicio del Surrealismo.

Por supuesto que el Surrealismo es y será la vanguardia artí­stica que más éxito y méritos tuvo, y que sigue influyendo a los artistas actuales. Sin embargo, el Dadá no sirvió sólo para eso.

El Dadaí­smo fue un movimiento antiarte que surgió en Suiza en 1916, que se caracterizó por gestos y manifestaciones provocadoras en las que los artistas pretendí­an destruir todas las convenciones con respecto al arte, creando una especie de anti-arte o rebelión contra el orden establecido.

El Dadaí­smo captó la verdadera esencia de la vanguardia, al querer renovar de una vez por todas el arte; olvidarse del Clasicismo o del Romanticismo, y tirar por la basura toda experiencia anterior.

Los seguidores del Dadá, por supuesto, se vieron metidos una serie de experimentaciones, que, a veces, no lograron realizar un verdadero fenómeno artí­stico. Pero esta búsqueda fue fundamental para la renovación del arte.

Hoy dí­a, el Dadá nos sigue ofreciendo una forma de ver la vida; destruir lo preestablecido para construir un arte nuevo, es fundamental para el construcción dialéctica del arte y de la cultura en general.

Dadá se manifiesta contra la belleza eterna, contra la eternidad de los principios, contra las leyes de la lógica, contra la inmovilidad del pensamiento, contra la pureza de los conceptos abstractos y contra lo universal en general. Propugna, en cambio, la desenfrenada libertad del individuo, la espontaneidad, lo inmediato, actual y aleatorio, la crónica contra la intemporalidad, la contradicción, el no donde los demás dicen sí­ y el sí­ donde los demás dicen no; defiende el caos contra el orden y la imperfección contra la perfección.