Gran Bretaña rendirá mañana un homenaje oficial discreto a la princesa Diana con motivo de los diez años de su muerte, un aniversario que ha resucitado la polémica sobre un mito desgastado.
Pese a que en la prensa corren ríos de tinta sobre ella y en las televisiones se suceden los programas sobre su principesca vida, a lo que cabe añadir la publicación de una quincena de libros sobre una mujer a la que el ex primer ministro británico bautizó como la «princesa del pueblo», sólo está prevista una ceremonia oficial en Londres.
Será una misa conmemorativa, en presencia de la reina Isabel II, del que fuera su marido, el príncipe Carlos, y de sus dos hijos, Guillermo, de 25 años, y Enrique, de 22.
Entre los 500 invitados selectos figuran los hermanos de la difunta, el cantante Elton John y el fotógrafo Mario Testino.
El oficio religioso, transmitido en directo por las televisiones BBC e ITV, se celebrará en una capilla cercana al Palacio de Buckingham. No habrá pantallas gigantes en el exterior.
Entre los convidados, Camilla brillará por su ausencia. La esposa del príncipe Carlos debía inicialmente asistir, pero su anunciada presencia desató un conato de revuelo en Gran Bretaña, cuyo pueblo no ha olvidado que Diana culpaba a la ex amante de su esposo de haber destrozado su matrimonio.
La duquesa de Cornualles acabó renunciando. «Pensándolo bien, creo que mi presencia podría desviar la atención de la razón de ser de esta ceremonia, que es concentrarse en la vida y obra de Diana», admitió Camilla.
Más allá de esta misa de una hora, se han previsto muchos actos oficiosos.
La hacienda de Althorp (centro-oeste de Inglaterra), residencia de la familia Spencer donde descansan los restos de Diana, permanecerá abierta excepcionalmente el 31 de agosto; la entrada será gratuita.
En Londres, los ramos y cartas se van apilando frente al Palacio de Kensington, cuyo enrejado logró parar una marea floral en los días siguientes al fallecimiento de Diana y de su novio de entonces, Dodi Al Fayed. Sus vidas se detuvieron el 31 de agosto de 1997 en un túnel parisino.
El padre de Dodi, Mohamed Al Fayed, pedirá que se guarden dos minutos de silencio el viernes en sus almacenes londinenses Harrods, que albergan un memorial «kitsch» dedicado a la difunta pareja.
El multimillonario egipcio, que mantiene una relación muy tensa con la familia real, a la que acusa de haber conspirado con los servicios secretos para asesinar a su hijo y a Diana, no ha sido invitado a la ceremonia oficial.
El décimo aniversario, aunque ha dado pie a los tradicionales ditirambos sobre el destino trágico de la princesa, también ha servido de excusa a algunas voces discordantes para interrogarse sobre qué ha sido de su mito.
La feminista australiana Germaine Greer es una de ellas. «La herencia de Diana no es más que una sucesión interminable de adulación y de supitaciones en las columnas de los diarios», escribió en el Sunday Times.
La muerte de Diana dañó la imagen de los Windsor, y en especial la de la Reina, acusada de ser insensible al dolor de sus súbditos.
En realidad, obligándola a modernizarse, Diana reforzó la familia real. Ahora la Reina es más popular que nunca y Carlos se prepara para subir un día al trono.
«Tras su muerte, (Diana) quedó inmortalizada como la ’reina de corazones’», estima el semanario The Economist.