Cabral: «Cuando se retiran no dicen «˜voy a dormir’, sino que dicen «˜voy a ensayar la muerte’»


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En 2007, en una entrevista con el cantante argentino Facundo Cabral sobre el significado de la muerte, hizo referencia a la forma como una comunidad indí­gena en Guatemala interpreta la muerte. Irónicamente, fue en ese paí­s donde su vida terminó trágicamente.

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El poeta falleció el sábado, en Ciudad de Guatemala, después de que el vehiculo en el que viajaba fue blanco de varios disparos. Pese a que la investigación continúa en marcha, las autoridades dudan que el cantante haya sido el objetivo del ataque.

¿Cómo se debe tomar la muerte?
La muerte trabaja para recrear la vida. Es un reordenamiento. La que llamamos muerte es en realidad una mudanza. Uno deja el cuerpo que le fue tan útil para caminar en esta etapa terrena y vuela con su espí­ritu, que es lo que pasa con el sueño cada noche. Estamos para siempre, por eso tenemos que empezar a llevarnos bien con la vida porque la muerte es una recreadora de la vida.

Hay una comunidad indí­gena en Guatemala, (cuyos miembros son) descendientes directos de los Mayas, que cuando se retiran de una reunión en la noche no dicen «voy a dormir», sino que dicen «voy a ensayar la muerte». Tal vez la vida es lo que va de la mañana a la noche. Vivimos 365 vidas por año.

¿Cómo se puede vivir el presente?
Todo está aquí­, ahora. Nuestro hermano mayor, Jesús, decí­a el mañana no, él traerá nuevas experiencias, porque a cada dí­a le basta con su propio afán. Por pensar en el mañana, que es una ilusión, me pierdo el presente. Por desear lo que no tengo, no gozo lo que tengo. Estoy aquí­ y ahora.

Dios nos ama. Por eso siguen naciendo niños. Cómo no voy a seguir confiando en el ser humano, si (Dios) nos sigue mandando niños, que quiere decir: «Yo sigo creyendo en ustedes». La vida es aquí­ y ahora. El ayer ya fue. El mañana nunca llega.

¿Por qué el hombre sigue corriendo?
Porque está distraí­do, porque le tiene miedo a la vida. Busca compromisos, va de tarea en tarea, no porque sea un gran trabajador sino porque huye de él mismo. La historia ha sido una sucesión de errores constantes, separándonos cada vez más, no solamente en paí­ses, hay gente que se mata hasta en un partido de fútbol en lugar de armonizarnos.
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Yo creo que es temor a la vida porque la vida es un acto de valentí­a. Si uno escucha su corazón antes de que intervenga la cabeza, es decir, si hace las cosas fundamentalmente por amor, después la cabeza -con la razón- lo va a acompañar en ese viaje, la gente vivirí­a tan bien como ha vivido uno. Si (el hombre) hiciera una sola cosa bien e intensamente, con todo el amor, en la sociedad no habrí­a ni siquiera problemas de pobreza.

¿Cómo hace el hombre para poder escuchar su corazón?
Si Dios me pusiera de presidente del mundo por cinco minutos, lo único que pedirí­a es «deténganse, por favor, y piensen». Cuando uno se detiene y piensa, los problemas se van solucionando por sí­ solos.

Lo que llamamos problemas son lecciones. Si lo tomo como un problema me agobia la furia o el miedo. Si lo tomo como una lección, es una provocación a mi voluntad y voy a salir.

¿Cómo se puede parar?
Es mucho más que eso. Póngase a pensar cuántas cosas tiene en su casa que no usa. ¿Por qué tiene que correr tanto para pagar una casa que casi no ocupa porque está todo el dí­a afuera? Tenemos autos para movernos en una sola ciudad; tenemos televisor para no sentarnos a leer los buenos autores o a pensar. Siempre estamos dependiendo de alguien.

Yo tuve la suerte de contar con un gran maestro. Krishnamurti jamás me permití­a que yo hiciera una cita. En esa época, hací­a una cosa que es muy tí­pica entre los argentinos -nosotros somos extremadamente analistas, a veces exagerada y confusamente analistas- cuando le decí­a «Pascal decí­a tal cosa» o «Schopenhauer dice tal otra», me decí­a: «No, no, no, por favor, tómate un tiempo para decirme qué piensas vos porque yo quiero conocerte más para quererte más. ¿Qué piensas vos?» Y a la media hora me decí­a: «Siempre me preguntas lo que ya sabí­as». El hombre nace sabiendo todo, lo que pasa es que después lo olvida con la mala información. Dios no deja a nadie cuando nace, le da todos los elementos que son necesarios para vivir. Después nos distraemos con superficialidades, desde el boxeo, el fútbol, la guerra, la patria, los nacionalismos que han sido tan malsanos para el mundo.

Si uno ha podido cambiar una vida que empezó siendo desastrosa para llegar a ser libre y feliz, dueño de uno mismo, todo el mundo puede hacer eso, porque el que está hablando no es un virtuoso ni un ser excepcional, es un hombre más que se animó a (perseguir) su sueño y que trabajó para ser dueño de su vida, que es la única propiedad saludable, lo demás está de paso.

¿Cómo fue su infancia?
Mi padre se fue un dí­a antes de que yo naciera. En la noche en la que mi padre se fue, echaron a mi madre de la casa de mi abuelo paterno.  Mi padre le dijo: «Sara ya no es mi mujer» y la echaron de la casa cruelmente. Mi madre salió a la calle con seis hijos. Yo nací­ a media cuadra de donde viví­a mi madre, en la banqueta, en la vereda. Mi madre caminó nueve años buscando un lugar dónde pudiera estar tranquila. Estaba bastante enojada con la sociedad humana. Cruzamos todo el desierto de la Patagonia, que son poco más de 3.000 kilómetros. En esos nueve años, vi morir a cuatro hermanos de hambre y de frí­o.

Fue un viaje rarí­simo. Sólo habí­a una persona que nos podí­a ayudar. En esa época nadie le daba trabajo a una mujer sola y menos con hijos. Habí­a pueblos en los que cuando nos veí­an venir, cruzaban de vereda. Escuché sobre la posibilidad de que alguien nos consiguiera trabajo. Cuando tení­a nueve años, llegué hasta Buenos Aires, tras tres, cuatro meses de viaje. Me le acerqué a la señora Eva Perón y le pedí­ un trabajo. Espero que, por favor, esto no suene de ninguna manera a un anuncio polí­tico, simplemente estoy contando la realidad y hablando de una señora a la que le debo muchí­simo, cuando le pedí­ trabajo, ella me dijo: «Por fin alguien que pide trabajo y no limosna. Siempre hay trabajo, mi amor».

Desde ahí­ fui responsable de mi mismo. Volví­ a buscar a mi madre y a los dos hermanos que me quedaban. Nos vinimos más al norte, donde en una escuela nos daban un salario a cambio de limpiarla, cuidarla y vivir en ella. Eran 160 pesos que en esos momentos nos salvaban la vida.

Me fui a trabajar solo hasta los catorce años. Me metí­ en pleito tras pleito. De pronto me encierran porque andaba haciendo lí­o por todos lados y en el lugar donde me encerraron habí­a un jesuita que me enseñó a leer y a escribir. Me enamora de los libros que me enamoraron del mundo. A los 17 años, un vagabundo me dice que soy prí­ncipe, cosa que yo no sabí­a. Señalando el cielo me dijo «Â¿Cómo llamas al hijo del rey del Universo? Prí­ncipe», Como esa señora que estaba cruzando la vereda, me dice, «es una princesa». De la alegrí­a de la gran noticia, sentí­ que estaba naciendo por fin.

Ya que estaba naciendo y que tení­a 17 años, escribí­ mi primera canción, que fue una canción de cuna que me escribí­ a mi mismo. Es una canción que se canta en 17, 18 idiomas.

Cuando descubrí­ el don que Dios me habí­a dado, cuando descubrimos la tarea para la que nos trajo, ¡mi Dios!, es una inmensa felicidad porque estamos ejecutando nada más ni nada menos que una tarea que va en formación de nuestras vida y que está definida por el rey del Universo.  ¿Cómo no voy a ser alguien que está en paz? La felicidad no es un derecho, es un deber. Si no eres feliz, estás amargando a todo el mundo. Un solo hombre desdichado, que no tuvo ni talento ni valor para vivir, mandó matar seis millones de hermanos judí­os. Un desdichado es muy peligroso.

¿Cómo le gustarí­a ser recordado?
Como un hombre agradecido, el agradecido siempre es agraciado. Como el desagradecido jamás termina gozando absolutamente nada porque siempre cree que se merece más. Si uno acepta lo que viene y lo goza, y vive aquí­ y ahora mismo con lo que hay, ¡mi Dios, estamos salvados! Hasta desparecerí­a de nuestro vocabulario la palabra pobreza y la palabra soledad cobrarí­a otra dimensión. La soledad no es un castigo. Gracias a ella, nos conocemos, sin ella no sabrí­amos quienes somos