Si la escultura es arte de superficies límites, la pintura por el contrario, resulta un arte por el cual se pueden rebasar los límites, exceder los bordes, traspasar los muros de contención y precipitarse por el escorzo y los puntos de fuga hacia dimensiones inalcanzables más que por la fantasía, el sueño y el mito. Roberto González Goyri ha conjugado ambas expresiones. Los altorrelieves en el Centro Cívico, son un alarde de esta conjunción y un manifiesto de la nación guatemalteca, en todo su esplendor mestizo y multicultural.
El discurso profundamente poético de González Goyri, está expresado en sus murales, donde impregna estilización de las figuras míticas que desfilan en esas deslumbrantes obras, en donde apela a la vibración entre la sombra y la luz, al juego de planos y a los símbolos antitéticos en un movimiento de lo potencial y lo cinético de las divinidades generadoras, el cosmos, las montañas y los animales que se desplazan en una transmutación mágica de formas por la continuidad del rojo, el amarillo y el azul. Y de repente nos sentimos inmersos en una corriente sanguínea con pulso acelerado de la incipiente raza, que va emergiendo del cero, por una numeración sideral y en la antítesis entre las fuerzas creadoras y los demonios de las fuerzas destructivas.
El origen de la raza se produce en un acto creador que, a partir de la nada ex nihilo, percibe González Goyri en su fecundo movimiento pictórico ascendente. Ixquic la princesa, es preñada por la saliva de una calavera del árbol de la vida que perteneció a un dios decapitado. Ixquic además de generar la raza dando a luz a Hunahpú e Ixbalanqué, representa como en la mitología griega al héroe, descendiente de un dios y de lo humano. En esta construcción plástica el artista condensa recursos gráficos y escultóricos. Las líneas curvas del cuerpo y de los fondos, expresan la fecundidad de la madre con el rojo y sus resplandores amarillos. Los círculos concéntricos que rodean en la parte alta a Ixquic dentro de la gama del negro, gris y asomos celestes, simbolizan directamente el útero gigante, conteniendo ya los nuevos seres.
El pasaje del Pop Wuj magistralmente captado por González Goyri, conduce a una puntualización poco estudiada en la teogonía ancestral del Pop Wuj. González Goyri facilita una penetración ontológica al contexto de la narración. Se trata de una alegoría plástica que expresa de manera alucinante una concepción trágica del mundo y de la vida. Habla de la grandeza espiritual de nuestros ancestros que, a través de este libro sagrado hizo perdurables las tradiciones orales. Los anónimos autores escribieron que existió un libro anterior, pintado desde hace muchos siglos. Su significado está oculto a quien lo mira y al que medita sobre él.
Ixquic en la obra de González Goyri, nos induce a pensar en un héroe trágico de corte griego, pero redivivo en pleno siglo XX. Ella es una figura central y resplandeciente, ¿por qué impacta como punto de concentración? El efecto pictórico revitaliza el personaje del libro sagrado. El brillo de Ixquic nace en la misma forma que en Antígona, por un suceso: indicar el lugar entre dos campos distintos y bajo sus propios signos. Nos encontramos entre dos mundos, en la polaridad sustantiva del ser humano: entre la vida y la muerte. Para Hegel este fenómeno se manifiesta con las opciones personales hasta llegar al conflicto y al desgarramiento de la existencia.
Ixquic, repetimos, es fecundada por la saliva del dios Hun Hunahpú que decapitado y transformado en calavera, aparece luego en el árbol de los frutos. Ixquic engendra a Hunahpú e Ixbalanqué pero, cuando se acercó al árbol y desea uno de los frutos, reconoce que la muerte está presente en su deseo y que decide entregarse a ella como holocausto a su estirpe. Ixquic, es más fuerte entre-dos-muertes, es más absoluta en su decisión, no defiende el ser insustituible de un hermano, sino el ser de una raza en contra de un rango o familia. Su lucha se hace más dramática, en cuanto no tiene que pagar el crimen familiar del incesto, sino la muerte por orden de su propio padre que no le perdonará el acto cometido, debiendo responder ante los señores de Xibalbá que pedirán su corazón para quemarlo.
Pero hay más, escoge como genitor de sus hijos a un emisario de la propia muerte de quien engendra seres que con su deseo puede transformar. Su lamento de la vida no es por estar ya muerta antes de tiempo, ni por su próxima muerte, sino por dilatar el tiempo que le permita rescatar su descendencia y trascender, por el amor, la propia muerte. Su heroicidad se duplica hasta el final de su epopeya por supervivir.
Como cierre del mito, el padre ordena su muerte pero los enviados a consumar el filicidio se compadecen de ella y le entregan al progenitor en la jícara, no el corazón de su hija, sino un corazón formado por la coagulación de la savia o sangre del írbol Rojo de Grana. Y su lucha continúa convenciendo a la abuela de que ella dice la verdad al traerle el maíz que le pide como prueba de su autenticidad. Luego se pierde en la nebulosa de la intemporalidad del sueño y la fantasía.
Observamos que el maestro González Goyri en esta reelaboración personal sobre la figura trágica de Ixquic, diseñada en su mural como una visión semionírica de la doncella, se complementa con la ceremonia ritual y mágica del juego de pelota y sus contenidos polares en la creación religiosa del cielo y el sacrificio de las estrellas y la luna.
En la conjugación entre las raíces míticas de lo prehispánico y el trauma del descubrimiento, la conquista, la colonización y la evangelización, nos conmueve el acento constante de la corriente sanguínea, en un rojo que no acaba de nutrir la unidad de la nacionalidad, el surgimiento de los nuevos símbolos y la silente resistencia. Las figuras toman más relieve, aunque la línea curva sigue concretando la esencialidad de las imágenes intensificando su fuerza antes desvanecida en la nebulosa del sueño.
La sangrienta lucha y sus heridas no fueron fácilmente sanadas. Las lenguas mayenses son la mejor muestra de la resistencia y el cristianismo fue asimilado a su manera por los indígenas. Lo pudieron entender quizás mejor que los conquistadores con un sentido más humano e íntimo.
La obra plástica de González Goyri nos conduce a un campo abierto o dimensión donde deambulan imágenes ancestrales portando blasones de una nueva estirpe; mezcla de razas y de inconscientes, en busca de una identidad que consolide a «la comunidad» y su historia; allí donde el mestizo deviene sujeto y no puede comprenderse fuera del contexto histórico y cultural.
González Goyri no descuida en su tematización, con increíble fuerza, todo el proceso de evangelización, la imposición de costumbres, la construcción de templos cristianos sobre los precolombinos y la mano de los artistas pintores y escultores bajo el signo del barroco del siglo XVII. No olvida el maestro, la introducción de la imprenta y las distintas ramas de las humanidades que fueron motivo de especiales impresiones. La letra impresa marca una nueva etapa histórica. Tampoco falta el Decreto de Libertad de Cultos de la Revolución Liberal de 1871 y las trasformaciones sociales que se realizaron a partir de este movimiento político. González Goyri ha representado pictóricamente a Guatemala y a sus grandes procesos históricos. También los mitos mayas, el encuentro brutal de culturas y sobre todo el parto originario del guatemalteco, ser mestizo por antonomasia.
Es indudable que González Goyri llega a plasmar en su obra plástica, no sólo su gran virtuosismo escultórico y pictórico, sino un estilo que responde a las formas y movimiento de la tradición artística de Guatemala, pero además nos comunica su elevado espíritu humanista al considerar que el arte sigue siendo uno de los caminos de auténtica libertad para el ser humano. Su acto creador en murales y altorrelieves, ofrece una verdadera cosmovisión del pueblo guatemalteco en su esfuerzo de reconstrucción.
Dentro de lo abstracto figurativo, el color, los tonos, las líneas curvas y las figuras estilizadas en el plano geométrico, se matizan de manera especial con una peculiar calidez mórbida que da la impresión de pulsación y vida subcutánea. Elude los fondos uniformes y con el pincel o la espátula moviliza las superficies con sinuosidades que hacen correr el color. Se trata de ecografías del cuerpo humano y del inconsciente. Vida subterránea o monólogos que se coagulan sobre el cristal de una retina. González Goyri en ese detener el tiempo en instantes perennes por el sentimiento panteísta y místico de una plástica que eleva al hombre a dimensiones insospechadas del espíritu, en donde Pascal declaraba: ’…el silencio eterno de esos espacios infinitos me asusta’.