Polacos judí­os descubren ahora su pasado tras décadas de persecución


Malgorzata Szymanska, de 27 años, se convirtió al judaí­smo, al conocer que su familia habí­a pertenecido a esa religión, pero que fuera obligada a convertirse al cristianismo.

Numerosos polacos están descubriendo ahora su pasado judí­o, después de que sus antepasados borraran cualquier huella de identidad por miedo a ser perseguidos, primero por los nazis y después por los comunistas, en un paí­s tradicionalmente católico.


«Jamás hablamos de nuestros antepasados», recordó Agnieszka Kwasniewska, una reciente reconvertida de 37 años, en el Centro Cultural Judí­o de Varsovia, durante la celebración de Jánuca, la llamada «Fiesta de las Luminarias».

Kwasniewska explicó que, cuando tení­a 12 años, su abuela le contó que durante la Segunda Guerra Mundial tuvo que esconderse «por parecerse a una judí­a».

«Sabí­a que habí­a algo de falso en esa historia. Ella lloraba mucho. No volvimos a hablar. Más tarde, pregunte a mi padre y me dijo: es una vieja historia y no debemos volver a ella. Somos católicos», explicó.

Sus preguntas causaron tensiones en la familia, pero ella no se reprocha nada. «Cuando vine a la sinagoga fue como volver a mi casa», añadió.

Según los cálculos, en Polonia quedan entre 3 mil 500 y 15 mil judí­os, sobre una población de 38 millones de personas. Sin embargo, es casi imposible cifrar el número de polacos que descienden de judí­os.

Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, en el paí­s habí­a 3,5 millones de judí­os y Varsovia era la ciudad europea con más judí­os y la segunda en el mundo, por detrás de Nueva York, con casi 400 mil judí­os.

Los nazis, que ocuparon Polonia en 1939, mataron al 90% de los judí­os polacos, es decir, unos tres millones. Tras la guerra, en 1945, sólo quedaban 280 mil judí­os en Polonia.

Muchos de ellos emigraron a Israel o a Estados Unidos nada más acabar el conflicto o durante las campañas antisemitas del régimen comunista en los años 50 o en 1968.

Los que se quedaron prefirieron esconder su identidad para proteger a sus hijos.

«Tení­a 13 años cuando me interesé por el origen de mi apellido», relató el joven Maciej Krasniewski, de 20 años. «Los apellidos polacos que acaban en ’ski’ pueden tener un origen aristocrático. Pregunté a mi padre y me dijo: ’Nuestro verdadero apellido es Kirschenbaum’».

Su abuelo paterno era un superviviente del Holocausto que cambió el nombre de la familia en 1954.

Este joven tardó cinco años en decidir reconvertirse al judaí­smo. Lo mismo hizo su hermano gemelo. Todaví­a duda en salir a la calle con la kipá, pero está dispuesto a «salir del armario».

«Estamos aquí­, no nos iremos y debéis habituaros» es el mensaje que quiere lanzar con ello. «Si no lo hacemos, nadie sabrá que existen judí­os en Polonia», justificó.

A los nuevos judí­os polacos les gustarí­a que los otros judí­os, en particular los que viven en Israel y Estados Unidos y que visitan a menudo los antiguos campos de concentración polacos, dejaran de ver Polonia como un gran cementerio.

«Deben ver que existe una realizad judí­a en Polonia», reclamó Anna Janot-Szymanska, cuya hermana, Malgorzata, dirije el Centro Cultural Judí­o.

«Sabí­a que habí­a algo de falso en esa historia. Ella lloraba mucho. No volvimos a hablar. Más tarde, pregunte a mi padre y me dijo: es una vieja historia y no debemos volver a ella. Somos católicos.»

Agnieszka Kwasniewska

judí­a polaca