El derecho a fumar



A pesar de las contundentes evidencias que hay sobre el daño que causa el tabaco y la forma en que las empresas tabacaleras han mezclado en su producto ingredientes que aumentan los niveles de dependencia para asegurarse que el vicio pegue fuerte y asegure un mercado cautivo, no se puede negar que el ser adulto tiene derecho a fumar si así­ le viene en gana aunque con ello se haga daño. Pero lo que no puede aceptarse es que esa libertad individual afecte al resto de la comunidad que ha decidido no consumir tabaco y que, por lo tanto, espera vivir en un ambiente libre de los perjuicios que provoca aun en no fumadores el humo de los cigarrillos.

Los paí­ses civilizados, aun aquellos que llegaron a tener una fuerte cultura de consumo de tabaco, han dado pasos firmes para restringir el espacio para los fumadores y en algunos las medidas no se limitan a espacios cerrados sino que se extienden a lugares abiertos. En ningún estadio de los Estados Unidos se puede fumar, aunque sean al aire libre, por respeto al derecho que tienen los espectadores que no fuman a gozar de un ambiente limpio y sano.

En Guatemala se puede fumar en cualquier lugar y no existe ni control ni restricciones. Algunos sitios tienen áreas para fumadores y otras para no fumadores, pero generalmente no hay división entre una y otra y además es notable que muchos padres de familia que tienen el vicio del cigarrillo, van a áreas de fumadores llevando a sus hijos con ellos, manteniendo así­ la permanente contaminación a que les someten.

Por ello es que vale la pena que se establezca una ley para restringir los espacios en los que se puede fumar y prohibirlo en lugares públicos y sitios cerrados, puesto que es al fin de cuentas un asunto de salud pública. No se trata sólo de afectar la libertad individual de quienes gustan del cigarrillo, sino de proteger y tutelar un bien común, como es el derecho colectivo a la salud y a un ambiente que no provoque riesgos de cáncer pulmonar.

Es curioso pero en casi todos los paí­ses desarrollados las tabacaleras han entendido la realidad y no se han opuesto a las leyes de restricción; es más, en algunos lugares ellos mismos las impulsan como una muestra de resabios de responsabilidad social. Pero en los paí­ses subdesarrollados, en los mismos en donde han experimentado con los ingredientes que hacen más adictivo el cigarrillo, se oponen tenazmente a esas leyes y cabildean (todos sabemos cómo se cabildea en estos lugares) para impedir la aprobación de leyes beneficiosas para la colectividad. Evidentemente para las tabacaleras la población de los paí­ses más pobres no merece el mismo respeto que merecen los habitantes de paí­ses desarrollados.