Sobre la virtud


La virtud resplandece en las desgracias.

Aristóteles

Harold Soberanis

¡Qué difí­cil es ser virtuoso! Si a nuestra natural imperfección, añadimos la de un mundo que, de suyo, es una invitación al mal, por desigual e injusto, pronto nos daremos cuenta de lo difí­cil de encarar semejante empresa. En la búsqueda de una vida que se adecue al «deber ser», nos aguardan muchas dificultades y pesares; o «muchas tentaciones», dirí­an los puritanos. Todos los filósofos que se han ocupado por encontrar la esencia de la virtud, se han dado cuenta de esto.

Pero, ¿qué es la virtud? A lo largo de la historia, los filósofos han dado muchas definiciones. Una muy conocida es la que hace Aristóteles cuando afirma que la virtud es el justo medio entre dos extremos, ambos negativos: uno por defecto, y el otro por exceso. Saber reconocer el justo medio en cada acción que realizamos serí­a, según el Estagirita, producto del sentido común que, junto a la sabidurí­a ?es decir, el conocimiento teorético aplicado a la esfera práctica de la vida?, vendrí­an a ser las principales caracterí­sticas del ser humano virtuoso.

De esa cuenta, el virtuoso es aquel que, aplicando el sentido común y la sabidurí­a, sabe encontrar el equilibrio en cada acción que realiza lo cual le conduce, después de mucha práctica, a una vida llena de bondad.

No se debe confundir y pensarse que vivir virtuosamente tiene que ser necesariamente algo penoso o triste. Buscar la virtud no implica renunciar al placer material cual ascetas que desdeñan, como Diógenes modernos, aquellas cosas que proporcionan una vida material más cómoda y placentera. Creo que significa, como lo señaló Aristóteles, encontrar el balance perfecto entre una vida buena y una buena vida. Encontrar ese balance sólo se alcanza a través de la sabidurí­a que es la aplicación del saber teórico a la vida práctica. De ahí­ que la figura del sabio, sea en la antigí¼edad o en la época actual, es la de aquél que, con total lucidez y de manera lúdica, vive una vida ejemplar a la vez que acepta el placer de una vida material que, al fin de cuentas, es la única que se tiene.

Esto lo habí­an comprendido muy bien los pensadores antiguos, pues ellos, a diferencia del Cristianismo, no separaban lo bueno ?moralmente hablando? de lo placentero. Y es que la bondad no excluye el placer. No tiene por qué excluirlo, pues éste no es malo en sí­ mismo. Al contrario, también fortalece y ayuda a alcanzar la plenitud del ser.

El problema no está en el placer en sí­ mismo, sino en hacer de él el único fin de nuestra existencia, olvidando que hay otras dimensiones de la realidad humana que es necesario cultivar para ser mejores personas. Por lo tanto, el sabio será aquel que encuentre el equilibrio entre una vida virtuosa y el placer corporal.

De hecho, la virtud debe llevarnos a una vida buena pero también a una buena vida, en el sentido de asumir lúdicamente una existencia que es absurda pero que, por lo mismo, debe ser vivida con intensidad y pasión en cada momento. Esto no implica, como han querido verlo algunos moralistas de domingo, llevar una vida egoí­sta y sin escrúpulos donde todo es válido en tanto me reporte beneficios. Esto lo que significa es comprometerme con el otro en la búsqueda de una vida plena y solidaria, que nos haga más dignos. Significa construir un mundo más justo, más humano.

Pero, ¿por qué debemos llevar una vida virtuosa? ¿Por qué debemos buscar la virtud? ¿Por qué es mejor ser virtuoso que no serlo? Simplemente porque la virtud nos hace mejores, nos dignifica, nos hace solidarios y nos hermana en un común sentimiento de fraternidad más allá de una trasnochada moralidad que únicamente aflora en los momentos de angustia o en los arrebatos de sentimentalismo barato.

A la virtud no llegamos por medio de sermones de iglesia ni de moralinas. En la búsqueda y encuentro de la virtud participa la razón. Claro que los sentimientos son necesarios y valiosos, pero si nos dejamos guiar solamente por ellos podemos equivocar el camino y no alcanzar una verdadera vida virtuosa. Por eso, la razón juega un papel importante en esta búsqueda. Una vida racional es una vida virtuosa. El ejercicio de la razón que es, según Aristóteles, la facultad que define al ser humano en tanto ser humano, debe revelarnos la importancia de la vida virtuosa.

Ahora bien, no debemos pensar que para llevar una vida plena de virtud tengamos que seguir una religión determinada, como si sólo a través de ésta pudiéramos alcanzar a aquélla. La virtud pertenece a la í‰tica más que a la religión. La moral no necesita una base religiosa para ser válida. Desde Kant, quedó demostrado que la moral no deviene de la religión. Es más, Kant invirtió el orden de los elementos y mostró cómo una verdadera moral debe ser autónoma. Así­, señaló que es la religión y la creencia en Dios quienes derivan de una consideración moral y no al revés. Es la moral, pues, la que da sustento a la idea de Dios. Con la teorí­a kantiana, se abrió el camino para reconocer que la moralidad del ser humano y, por lo mismo, una existencia virtuosa no necesitan de una fundamentación religiosa. De hecho, existen personas ateas que llevan una vida más ejemplar y solidaria con el prójimo, que muchos que se dicen creyentes y se consideran mejor que los demás cada vez que se golpean el pecho.

Con esto quiero decir que, la búsqueda de una vida virtuosa no tiene necesariamente que reducirse a una creencia o práctica religiosa, o que únicamente quienes son creyentes pueden algún dí­a encontrar la virtud. Ninguna religión es dueña absoluta de la virtud. Comprender la importancia de llevar una vida virtuosa, pasa más bien por la filosofí­a. Esta nos ayuda a entender, a través de la crí­tica y la reflexión, la importancia que para nosotros, los seres humanos, tiene la búsqueda permanente de la virtud. No importa si nunca alcanzamos plenamente a ser virtuosos, debemos siempre vivir como si ello fuese posible, debemos siempre ir tras la virtud.