El sábado 9 de julio de 2011 se convertirá con el tiempo en una de las efemérides de la ignominia y la vergí¼enza para Guatemala. Como lo es el 31 de enero de 1980, día infausto en que la dictadura de Lucas García incendió la Embajada de España. Fue asesinado un hombre bueno, de profunda vocación cristiana y de justicia social: Facundo Cabral.
Su muerte evidencia ante el mundo lo que para muchos guatemaltecos y guatemaltecas es evidencia cotidiana: que Guatemala es una sociedad en descomposición. Que esta descomposición se manifiesta en la violencia delincuencial común, en la proliferación del crimen organizado y en la cultura de la violencia que invade a todos los ámbitos de la sociedad. Uno de ellos es el electoral. Diversos medios de comunicación nos informan de más de 80 actos de violencia vinculados al actual proceso electoral, de los cuales 30 son asesinatos y 40 más atentados contra personas vinculadas a distintos partidos políticos y candidaturas. Guatemala se ha convertido por la crisis en que la sumió el golpe contrarrevolucionario de 1954 en una sociedad con una enorme capacidad para la violencia. En el siglo XX este país se convirtió en el escenario del genocidio más grande de la América contemporánea. Con una población que pasó de 2 a 8-9 millones de habitantes durante el período de 1954 a 1996, este país observó 145 mil ejecuciones extrajudiciales y 45 mil desapariciones forzadas. En el siglo XXI Guatemala forma parte, junto a Honduras y El Salvador, de la región más violenta del mundo.
Este es el contexto en el cual para vergí¼enza del país, Facundo Cabral ha sido asesinado. ¿Es su vil asesinato parte de la violencia que nos azota en el contexto del crimen organizado? Tal pareciera ser la hipótesis que ha lanzado el gobierno de Colom a través de su ministro de Gobernación, Carlos Menocal. Los asesinos de Facundo en realidad iban por el empresario del espectáculo que se encontraba a su lado, un nicaragí¼ense de nombre Henry Fariñas quien a su vez es dueño de alguno de los centros nocturnos que funcionan en el país. Fácil es pensar que un hombre de este perfil bien pudiera estar vinculado a uno de los cárteles de la droga que operan en el país y que prolongan la guerra mexicana en el territorio nacional. Facundo Cabral podría haber sido un daño colateral. Pero el perfil de este querido cantautor, el mensaje de sus canciones, su vinculación a las banderas de la izquierda, hacen pensar también de que en realidad se trató de un crimen político. Los que sobrevivimos al terrorismo de Estado no podemos sino identificar en el asesinato de Cabral, una acción organizada y ejecutada por gente avezada en el arte del asesinato político para usar la expresión de Francisco Goldman. Los aparatos de inteligencia del Ejército guatemalteco en la época de las dictaduras militares y también durante buena parte de los primeros gobiernos civiles, siempre escogieron con una perversa y fría racionalidad a quienes iban a asesinar o bien secuestrar y desaparecer. Tuvieron en mente sobre todo los efectos aterrorizantes que estas acciones podrían tener en seno de grandes sectores de la población.
Y los efectos del asesinato de Facundo Cabral no pueden ser otros que incrementar el miedo que ya tiene la población ante la violencia delincuencial rampante que existe en Guatemala. No puede ser sino incrementar la imagen del Gobierno de Colom como un gobierno ineficiente ante este azote que ensangrienta cotidianamente al país. Ya empiezan a aparecer las primeras columnas periodísticas que culpan del hecho al Gobierno actual. En suma el asesinato de Facundo Cabral incrementa la imagen caótica que la ciudadanía guatemalteca tiene de lo que sucede en el país y la urgencia de una mano dura para resolver de una buena vez la zozobra en la que se vive cotidianamente.
Así las cosas, el asesinato del compositor argentino pudo haber sido un accidente en un acto criminal que no iba dirigido contra él. Pero también pudo haber sido un crimen político orquestado por un sector ultraderechista que quiere consolidar el camino despejado para un candidato que ha hecho su bandera la vía punitiva para resolver el problema de la violencia delincuencial.
En todo caso, la ejecución de Facundo Cabral favorece electoralmente a Otto Pérez Molina y termina de manchar la imagen de Guatemala en la comunidad internacional.