Galerí­a de artistas


Juan B. Juárez*

Para aquellos que se les dificulta conceptualizar y manejar pensamientos abstractos, la fotografí­a, como técnica y como proceso, facilita la «visualización» de un sesudo y antiquí­simo problema filosófico: la relación entre sujeto y objeto, esa intersección metafí­sica donde se origina el conocimiento, se gesta la verdad y reside la trascendencia. Dejando de lado el pudor didáctico, me atrevo a explicar la comparación: el objeto es lo que está frente a la cámara y el sujeto, quien está detrás; la imagen que se graba en la pelí­cula (o en la consciencia) es el conocimiento objetivo y la verdad subjetiva, sólo que en bruto (para ingenuos, como quien dice), deformada por el mecanismo de la cámara, las imponderables variables lumí­nicas del medio y el nada despreciable remanente de subjetividad (de pasado, de cultura, de educación, de historia, etc.) que arrastra sujeto. Por eso lo dije: facilita la visualización del problema aunque no lo soluciona, sobre todo si la cámara (o la conciencia) pertenece a Mario Santizo (Guatemala, 1984).


En efecto, en las fotografí­as de Mario Santizo no existe ninguna concordancia entre las imágenes objetivas y subjetivas que registra su cámara, discordancia que va más allá de la manipulación digital a la que las somete. En el centro de este dislocamiento está, además del problema entre el sujeto y el objeto, la perturbadora intrusión de la mirada, o mejor dicho de las miradas que se entrecruzan sin converger jamás en ese metafí­sico punto de intersección donde residen de la verdad y el conocimiento objetivo. La explicación de este fenómeno es aparentemente más sencilla: en este particular caso, el sujeto y el objeto ?el tema del conocimiento– son el propio fotógrafo y su imposible proyecto de estar afuera y adentro de sí­ mismo al mismo tiempo. Pero a partir de esta explicación ya no hablamos de fotografí­a como simple proceso sino como medio artí­stico, al mismo tiempo que desligamos la problemática relación entre sujeto y objeto del campo de la filosofí­a para situarlo en el ámbito de la expresión y de la ironí­a. Se trata, en el caso de Santizo, de un simple giro que lo retrata de cuerpo entero como persona y artista de nuestro tiempo diluyéndose entre los resquicios de la identidad y la consciencia.

«Como te veo te trato», ha sido hasta ahora la fórmula de cortesí­a violenta que rige en las relaciones sociales. Pero para Santizo el asunto no es sólo verse a sí­ mismo desde una objetividad imposible sino también ser, al mismo tiempo, el objeto de la mirada penetrante y comprensiva del «otro». Reiteramos: el proyecto es imposible y conduce a una conclusión que tampoco es novedosa y esperanzadora: la violencia sin cortesí­a es lo único que se deriva de esa divergencia de las miradas que a la larga resulta desquiciante y perturbadora. Como sea, sin embargo, para él, esa no coincidencia de lo interior con lo exterior no justifica ni el devorador tormento interna ni la alienante farsa circundante ni el desencuentro de uno mismo ?de su consciencia y de su mirada?con su propio ser, aunque no pueda evitarlos en su experiencia existencial ni en su consciencia moral. Naturalmente, la discordancia rebasa lo personal y anecdótico y la ironí­a marca, más que un lí­mite, una diferencia.

De allí­ sus peculiares diseños de interiores: retratos irónicos que grafican la violencia y muestran el abandono del texto del guión, la temerosa improvisación de una identidad y la penosa creación de un personaje ?de una personalidad? no siempre a la medida, ajustado compulsivamente a fuerza de lí­neas absurdas y de escenarios virtuales. De allí­ también su alegre decoración de fachadas donde la farsa sigue siendo una cí­nica celebración con plañideras fingidas, muertes de utilerí­a, prodigios de charlatanes y difusos espí­tirus que se desvanecen entre la luz que se fuga por los agujeros del cielo.

* Pintor y crí­tico guatemalteco.