Los jueces al poder


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En el mundo se encuentran vigentes varios sistemas o formas de Gobierno, que van desde las medievales monarquí­as absolutas, hasta los sistemas parlamentarios, pasando por los más comunes sistemas presidenciales o semipresidenciales, sin dejar de lado que aún existen dictaduras, sistemas unipartidistas y regí­menes militares, que permiten menos libertades.

Mario Cordero ívila
mcordero@lahora.com.gt

 


En Guatemala, como toda Latinoamérica, se estableció desde su fundación un sistema presidencial. En consecuencia, nuestra historia ha “sufrido” por personajes que se han encumbrado (o enquistado) en el poder, ya que el sistema favorece la entronización de personajes mesiánicos caudillistas.

Por supuesto, que detrás de estas figuras presidenciales se encuentran grupos de poder. El presidente representa por sí­ solo una fuerte figura de poder, lo cual ha resultado peligroso, ya que el ideal democrático -moderno y republicano- se contrapone a la monarquí­a absoluta, que le otorga todo el poder a una sola persona.

En nuestra república, se supone que hay separación de poderes. Pero, en la práctica, todo gira en torno al presidente. Gracias al presidente, un partido logra introducir a buena parte de sus diputados al Congreso, lo que genera que casi siempre el Legislativo esté dominado por el oficialismo, lo cual es contraproducente para la dialéctica polí­tica. Peor aberración es que el presidente -y el grupo de poder detrás de él- sean quienes elijan a las autoridades del sector justicia (Policí­a, Ministerio Público, Defensa Pública, magistrados). Entonces, esta separación de tres poderes se concentra sólo en una figura.

No es sorpresa para nadie, pues, que los partidos polí­ticos giren también en torno a un candidato. Y tras llegar el caudillo al poder (o bien muere o cae en desgracia), el partido también desaparezca, ya que el objetivo único se cumplió: ganar la Presidencia.

En sistemas gubernamentales más justos, el parlamentarismo le resta poder al Ejecutivo, que se limita únicamente en administrar los bienes públicos y responde directamente al Congreso.

Uno de los problemas es que nos hemos acostumbrado a este sistema. Hoy dí­a, con las elecciones, vemos replicado este “error histórico”, de darle nuestro voto a una persona, y otorgarle todo el poder. De hecho, los partidos polí­ticos que han tenido problemas para inscribir a su presidenciables han sentido que el suelo se les hunde, porque en realidad no saben qué hacer sin candidato para la Presidencia.

¿Habrá otra opción?

Nuestro modelo polí­tico se encuentra agotado. Actualmente, vemos al presidente Colom completamente desaparecido y se muestra incapaz de resolver por sí­ solo todos (o al menos uno de) los problemas. Pero, para ser sincero, ningún candidato -de ahora o de hace cuatro años- parece capaz de hacerlo.

El Congreso, como hemos visto, no ha funcionado para nada. Salvo honrosas excepciones, que se cuentan con los dedos de una mano, los diputados únicamente llegan a cobrar el sueldo, ya que ahora ni siquiera se dice que llegan a levantar el brazo, porque usualmente se excusan de asistir a las sesiones. Sus fiscalizaciones parecen más juicios polí­ticos, y sin decir que la producción de decretos es bají­simo.

¿Habrá otra opción?

La idea republicana de dividir el poder en tres era muy simple. Tomando en cuenta que anteriormente las monarquí­as se dedicaban a ejecutar, legislar y hacer justicia, la propuesta fue que tres entidades diferentes ejercieran sendos poderes. Sin embargo, en ningún momento se estableció cuál institución es o debí­a ser la más importante.

Yo me pregunto, en un paí­s tan injusto y con tanta inmunidad, ¿no deberí­a ser el Organismo Judicial el más importante? Pero en la práctica no es así­. De hecho, el OJ está subordinado al Gobierno y al Congreso, sobre todo porque el presupuesto pasa por estos dos.

¿Qué pasarí­a si, en lugar de que el Presidente usurpe todo el poder,  se lo otorguemos a un grupo de jueces? El Gobierno se encargarí­a únicamente de administrar los bienes y ejecutar obras que los jueces considerasen necesarias, y el Congreso velarí­a por legislar a favor de la justicia.

Obviamente, esto es una ilusión. Sobre todo, porque seguramente el Organismo Judicial es el más corrupto de todos, por ser el más vulnerable y por ser el más desorganizado. Sin embargo, por ello es necesaria una reforma del sistema de justicia, para motivar que los representantes vayan subiendo de puestos según su desempeño, para asegurarnos que los máximos jueces, los de la Corte Suprema de Justicia, sean los más honorables.

Un sistema republicano con predominancia en la justicia tendrí­a como ventajas la descentralización, y que entre jueces mismos podrí­an fiscalizarse. La decisión de uno siempre está sujeta a la revisión de otro.

Actualmente, con el asesinato de Facundo Cabral, muchos despotricaron contra el presidente Colom, porque consideran que la figura central de poder es la responsable de todo. Pero seguramente, si el paí­s no tuviera altos í­ndices de impunidad, los sicarios se lo pensarí­an más en el momento de ejecutar sus acciones. Por ello, es más constructivo para el paí­s realizar investigaciones penales efectivas, más que construir carreteras, cuyos fondos usualmente terminan en los bolsillos de contratistas, gobernantes, diputados y narcos. Pese a ello, el Organismo Judicial, el Ministerio Público y otras instituciones de justicia, son las que menos presupuesto tienen.

Termino esta digresión recordando que, bí­blicamente, el pueblo de Israel tuvo jueces antes que reyes, porque antes que nada habí­a que poner orden. Eso es lo que nos hace falta.