Cada vez me preocupa más la situación por la que atraviesa el país y que sea más común escuchar que la política es útil para dominar la máquina del Estado por medio de otra estructura denominada partido u organización partidaria. Nada más equivocado e inútil, puesto que si vivimos en sociedad es para mejorar nuestra calidad de vida, cuando entonces la política debiera servir para eliminar los problemas sociales que impidan lograr el bienestar de las mayorías, cosa que resulta imposible de hacer, cuando se tiene la equivocada idea de que sea el partido el que aplique la organización y así domine la maquinaria estatal predominando la retórica.
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De un tiempo a esta parte solo vemos gestos políticos que no tienen otro fin que mantener la imagen pública del actor, gobernante o candidato para provocar la adhesión de los gobernados o de sus electores, según sea el caso, para mantener o conquistar el poder. Pero olvidan preguntarse: ¿a quiénes convencen? O mejor dicho ¿A cuántos engañan?, ¿cómo vive la gente y cuáles son sus demandas?
Un real y verdadero político no se distingue por su sonrisa, el retoque fotográfico llevado al extremo, los colores escogidos para su emblema o símbolos partidarios. Por creer en esas futilidades la gran mayoría vive en malas condiciones, en la capital por ejemplo, cuando el alcalde cree que con retórica y maquillajes en zonas privilegiadas se resuelve todo, mientras subsiste la escasez de agua potable, pésima viabilidad, baches y hasta cráteres en la cinta asfáltica, si es que existe o que el transporte colectivo continúe siendo el gran dolor de cabeza para la gente trabajadora y productiva.
Un buen político es aquel que persigue el bienestar de la sociedad, la justicia real, efectiva y sin distingos. Al no aparecer todo ello por ninguna parte, entonces se genera en la población frustración, indiferencia o hartazgo lo que a todos consta sigue preponderando entre los electores. Sigo pensando que nuestro problema no es cuestión de sistemas o de ideologías políticas, sino que la vida en sociedad sigue putrefacta cuando cada partido y sus integrantes mantienen el principio de solo ver sus intereses particulares a la hora de gobernar.
Mientras no se desempeñe la actividad política del país honestamente, siempre, invariablemente, seguiremos viviendo la realidad cada vez más cruda y dramática sembrada por la injusticia, violencia, intereses turbios, delincuencia, afán de poder, manipulación de la verdad y de las personas, como las condiciones de vida cada vez más miserables, porque lo que domina es la ley del más fuerte. Analícelo bien estimado lector, no hay por qué refundar el Estado, modificar la Constitución o importar si se quiere un presidente extranjero, sino simplemente retomar la conducta ética en nuestros políticos, en sus partidos y en toda la ciudadanía, pues de lo contrario no hay otra opción: ¡seguir en las mismas!