Han transcurrido tres años y seis meses cuando se difundió la declaración de un partido diciendo que la delincuencia se combate con inteligencia. Muchos sectores sociales -especialmente populares y medios- pensaron en lo útil que sería esta situación. Utilizar la razón para enfrentar un problema que agobiaba a Guatemala y, en la actualidad, ha llevado a niveles nunca vistos en el país. Los guatemaltecos que votaron por el inicial enunciado nunca consideraron que, si bien es cierto que la inteligencia debe ser el factor básico para actuar ante cualquier circunstancia, el enunciado se transformaría en indolencia (desapego, indiferencia, despreocupación, apatía, negligencia).
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Dentro de esa política (del valemadrismo dicen en México), es cuando el Estado debe demostrar su capacidad para detener a la delincuencia o, de lo contrario, puede suceder cualquier cosa en Guatemala: desde manifestaciones amplias de rechazo a la violencia enarbolando la bandera de la paz; la presencia de grupos armados en las ciudades (según me cuentan ya existen algunos) para defender calles, barrios o colonias, donde vive gente que rechaza el fanatismo de la crueldad; la exasperación que causa la presencia de las maras y sus impunes asesinatos; hasta llegar a las calles (asesinatos, robos, acciones por cargamentos de drogas con o sin presencia policíaca; presencia de maras, extorsiones, contrabando, decapitados, masacres, etcétera. Es obligación del Estado -aspecto que en la actualidad no ha realizado- detener esa violencia contra las ciudadanas y ciudadanos que hoy están inermes y saben que pueden ser víctimas de un asesinato, robo o acción ultrajante que se le ocurra a los delincuentes.
En este contexto de violencia generalizada en Guatemala ocurrió el asesinato del escritor, dibujante, compositor y cantante Facundo Cabral. Murió con su guitarra, con la que cantó a jóvenes y hoy jóvenes-adultos. Es imposible olvidarlo. Los guatemaltecos lo tienen presente. Aquellos que oyeron a Cabral en El Cóndor Pasa, en San íngel, México. El Mensajero Mundial de la Paz. De él puede decirse que la única arma que cargó en la vida fue su guitarra. De ella salieron notas musicales de varios poemas, composiciones o letras de diversos autores. Eran las mismas que jóvenes guatemaltecas o guatemaltecos exiliados y latinoamericanos cantaban en diversos restaurantes o cantinas y finalizaban en la sala de cualquier departamento.
La violencia en Guatemala ejercida por miembros del crimen organizado o no, por personas a quienes les pagan o por aquellos que se escudan en sus orígenes de marginación y otros, aparecen como una constante estructural para crear temor en la población y supera cualquier escenario anterior de violencia. Es una irracionalidad que arrasa a cualquier grupo social y se desarrolla como una forma en la solución de conflictos, para mantener la hegemonía de determinados grupos sociales, para crear desánimo y conformismo entre los grupos sociales y lograr la parálisis social como consecuencia del terror, y es la solución para quienes estén pensando en anteriores gobiernos dictatoriales y argumentan que la violencia se debe resolver con más violencia, olvidándose de elecciones y procesos electorales. Es decir, la justificación que requieren los grupos paralelos. Y todo continuará en esa forma si el Estado no actúa con drasticidad, dentro de las normas constitucionales de las cuales dispone, para combatir la delincuencia.