Este pequeño y horrendo paí­s.


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Al final del sábado último el cielo se inflamó de gris y luego de negro, las nubes desataron una tormenta de lluvia y de rayos que dejaron pequeños los habituales chaparrones de la época; ese dí­a por la madrugada este paí­s mató un alma inocente que le cantaba al mundo a través de la fina ironí­a, la reflexión polí­tica y la mí­stica. Parecí­a que el alud de agua era como un reclamo a esta sociedad, un reproche enorme que gritaba a través de los truenos y a la vez derramaba rí­os de lágrimas en la lluvia, era como si todas las almas muertas en la impunidad nos demandaran a los vivos, era como si la muerte tuviera más voz que la vida.

Julio Donis

 


Facundo decí­a que llorar a la muerte era faltarle el respeto a la vida y efectivamente ese sábado el irrespeto fue mayúsculo. Ese dí­a la noticia se regó como lí­nea de pólvora por todos los rincones haciendo combustión en las cabezas y los corazones de todos, el trazo encendido también llevó la tragedia rápidamente al mundo entero y la consternación se tornó desbordante, sobre todo en Latinoamérica, región que lo recuerda como una de las voces facundas que lideraron aquel estilo de hacer poesí­a cantada en forma de protesta, cuando esa era una de las formas de lucha frente a un Estado represor que mataba, por cierto aún lo hace.  Ese sábado todo languideció y la ciudad se sentí­a intranquila,  el ambiente era pestilente a vergí¼enza, a infamia, a degradación, después de saberse la tragedia del asesinato.

 Este pequeño y horrendo paí­s da cabida a lo bueno y a lo malo, a deslumbrante naturaleza y también a las peores bajezas del ser humano; al dí­a siguiente del homicidio una nota de prensa alude al manejo de crisis de imagen que los empresarios del turismo deberí­an promover, es imposible tapar el sol con un dedo y el horror no se disipa con una margarita. Confluye en una misma geografí­a biodiversidad extrema y formas de muerte macabras; bajo el ideario cristiano es como si el cielo y el infierno estuvieran juntos en el mismo lugar. La muerte ha instalado un campamento permanente en este paí­s y la vida atemorizada se esconde por ahí­ donde no pueda alcanzarla. Pero la muerte que es más viva, ha desarrollado formas de asegurarse su cometido para convencer a la vida que no vale nada. La vida tiene la autoestima tan baja que se entrega por nada a la muerte, y ésta sabe que puede seguir haciendo de la suyas porque no hay poder o ley que se lo impida. La muerte se hizo amiga de otra llamada impunidad, y es ella quien le asegura seguir con su expansión tranquilamente.

 La muerte va por todo el mundo pero parece que eligió este paraí­so natural porque era conocido como un lugar de eterna primavera; ella se ha aprovechado de esas condiciones y ahora parece que este lugar será reconocido por un perpetuo invierno. La muerte elige muchas formas para llevarse a las vidas y la manera natural es la más aburrida para ella, porque al parecer este lugar tiene altos í­ndices de reproducción. Hace varios años usó un método de exterminio llamado genocidio a través del cual arrasó vidas de una sola etnia; hoy utiliza el asesinato constante y diariamente, pero no por ello sus métodos dejan de ser crueles y abominables. Hace poco decidió que una forma interesante era cortar cabezas, pero lo interesante del asunto es que la muerte no puede hacerlo sola, se vale de vivos para llevarse las vidas. Eso se puede hacer como dije antes, con una cómplice como la impunidad. La muerte se dio cuenta que los vivos de este pequeño paí­s no tení­an reglas fundamentales, y las pocas las irrespetaban, aspiraban a ser todos iguales pero habí­a unos más iguales que otros; requerí­an justicia y derechos, pero esos beneficios han sido para pocos y a la mayorí­a les cuesta trabajo creer que los tienen. El embajador argentino expresó con profunda altura y solidaridad, que el hecho deleznable no era responsabilidad de los guatemaltecos, como tampoco lo eran los neoyorquinos por el asesinato de Lennon, opino todo lo contrario.
PS: el tí­tulo no es mí­o pero lo hago propio.