El «efecto Bilbao», creado con la apertura de un museo Guggenheim en la capital del País Vasco hace hoy 10 años, ha traspasado fronteras y está dando ejemplo a otros países, aunque no garantiza el éxito logrado en esta ciudad del norte de España.
Juan Ignacio Vidarte, director del museo, define el «efecto Bilbao» como «el poder de transformación de una infraestructura cultural en el desarrollo de una ciudad» a nivel «urbanístico, económico, social e incluso psicológico».
La escuela creada por el museo, que este viernes celebró su décimo cumpleaños con una nueva adquisición, «Arcs rouges», un gran arco rojo sobre el puente que une el buque de Frank Gehry con la otra orilla lado del río, nace a partir de la visible transformación sufrida por Bilbao.
La media de un millón de visitantes que acuden al año al museo, el 65% de ellos extranjeros, ha reportado a la región más de 1.500 millones de euros en producto interior bruto, unos 4.500 empleos y ha impulsado el turismo, objetivos que buscaban las autoridades vascas para sacar a la zona del estancamiento de comienzos de los 90.
Además han revitalizado la ciudad con la ayuda de un ambicioso plan de remodelación urbanística que incluye obras de Santiago Calatrava, Norman Foster y Zaha Hadid.
En Francia, el Louvre proyecta un museo en la ciudad de Lens (norte) y otro en Abu Dhabi (Emiratos Arabes Unidos), y el Centro Pompidou, otro en Metz (noreste).
En Abu Dhabi, donde en los próximos años se prevén invertir unos 328.000 millones de dólares en la construcción de viviendas y de un barrio cultural con edificios de los mejores arquitectos, el proyecto supera ampliamente al de Bilbao.
En estos años, autoridades de «más de 100» ciudades -también latinoamericanas como Río de Janeiro, Guadalajara, Montevideo, Buenos Aires, Salvador, Curitiba y Medellín- han viajado a Bilbao «a aprender del ejemplo»; «no necesariamente con la intención de copiarlo», relata Vidarte.
Pero esta experiencia «a veces se ha frivolizado y no se ha entenido bien» por «pensar que el efecto Bilbao consiste en que una ciudad con problemas, basta con tener un edificio más o menos espectacular realizado por un arquitecto más o menos conocido, sin atender al contenido», ni a «los problemas que tiene esa ciudad», explica.
Sin dar ejemplos, habla de «casos en los que por no haberlo entendido, los proyectos no han llegado a fructificar», como Venecia y Salzburgo, a cuyas puertas llamó la Fundación Guggenheim antes de ir a Bilbao, y del peligro de que las autoridades «tomen decisiones equivocadas» a la hora de lanzarse en un megaproyecto de este coste.
El mismo Gehry lo calificó la semana pasada de «milagro» fruto del «consenso» entre la Fundación Guggenheim, las autoridades vascas y él.
La originalidad del edificio «sin duda» ayudó a su éxito, reconoce, pero asegura que el primero no compite con las exposiciones, sino que ofrece la posibilidad de exponer tanto obras pequeñas como el enorme laberinto «La matií¨re du temps», de Richard Serra.
En estos 10 años se ha ofrecido arte moderno y contemporáneo en forma de grandes retrospectivas (Calder, Rothko, Warhol o el vasco Chillida) y grandes períodos de un país, como la actual «Art in the USA: 300 años de innovación», «Â¡Rusia!» (ocho siglos de arte), «China: 5.000 años» y «El imperio azteca».
En un mundo con cada vez más oferta cultural y una «audiencia cada vez más sofisticada», las metas para el futuro son consolidar lo conseguido a pesar de la competencia y los mayores costes, apunta.
En cuanto a las recientes críticas de representantes de víctimas de la organización independentista armada vasca ETA por una fotografía sobre un asesinado que no se llegó a exponer, Vidarte estima que se trata de «una manipulación absolutamente política» de estas asociaciones conservadoras, que quieren atacar al gobierno vasco (nacionalista moderado).
Unas 200 obras de unos 120 artistas acoge el museo Guggenheim de Bilbao en «Art in the USA: 300 años de innovación», la mayor muestra de arte estadounidense expuesta hasta el momento en Europa.
Inaugurada hace una semana y coincidiendo actualmente con el décimo aniversario del museo, la exposición estará en Bilbao (País Vasco, norte de España) hasta finales de abril después de haber pasado por Pekín, Shanghai y Moscú, pero ampliada con unas 75 obras más.
Se trata de un «primer análisis histórico del arte estadounidense» y ofrece «una visión extraordinaria del desarrollo cultural e histórico de nuestra nación», desde comienzos del siglo XVIII hasta hoy, explica el director de la Solomon Guggenheim Foundation y comisario de la exposición, Thomas Krens.
La muestra, compuesta de muchas obras que nunca habían salido de Estados Unidos y dividida en seis períodos, comienza revelando la parte menos conocida en Europa del arte norteamericano, que abarca los siglos XVIII y XIX.
La pintura rígida y naif del período colonial que quiere imitar a la británica incluye retratos de personajes públicos como «George Washington», de Gilbert Stuart, y una curiosa «Galería del Louvre» de Samuel Morse, el inventor del telégrafo.
A comienzos del XIX, George Catlin retrata a los indios americanos, pero dominan los paisajes, como los de George Inness.
Al final de ese siglo y comienzos del XX, los contactos con el exterior y los períodos que muchos pintores pasan en Europa hace que sean más conocidos algunos impresionistas como John Singer Sargent, McNeill Whistler y Mary Cassatt.
En el período de entreguerras conviven el realismo social con el regionalismo (Benton, Hartley, Hopper, Georgia O’Keeffe). Y tras la II Guerra Mundial, el expresionismo abstracto da figuras internacionales como Pollock, Rothko y De Kooning.
Y tras el arte pop de los 60 (Warhol, Lichtenstein, Rosenquist), el de los últimos 20 años con Keith Haring, Basquiat, Julian Schnabel y Jeff Koons.