Vecinos cómplices


Pobreza. Una niña birmana acarrea agua desde un lago en las afueras de Yangon, una de las más grandes ciudadades de Myanmar. La pobreza en esa región es evidente. (AFP / La Hora)

Hace apenas dos semanas la vida de Yin Phoe Htoo estaba regida por la rutina austera, pero serena del monasterio de Rangún al cual habí­a llegado hace cinco años como novicio.


Todas las mañanas, este adolescente de 15 años se levantaba a las 04:00 horas, tomaba su desayuno y partí­a, con su túnica color azafrán, para reunirse con los vecinos y recibir ofrendas.

Pero desde la brutal represión de un movimiento de protesta popular dirigido por miles de bonzos, Yin Phoe Thoo vive en la clandestinidad. Se oculta en casa de una familia que tení­a la costumbre de darle limosna.

Su traje de monje fue reemplazado por una camiseta y un «longyi» (vestimenta tradicional birmana).

«Me gustarí­a ser novicio otra vez. Me avergí¼enza vivir aquí­ con esta familia», explica a la AFP bajo una falsa identidad para reducir los riesgos de represalias del ejército en el poder.

Sin embargo, por ahora este joven no tiene otra alternativa.

Al menos tres monjes murieron y cientos de otros fueron golpeados y arrestados cuando las fuerzas de seguridad actuaron a partir del 26 de septiembre contra manifestantes en Rangún, utilizando los medios clásicos de lucha antimotines, pero disparando también balas reales.

La violencia de la represión, que permitió a las autoridades recuperar el control, conmocionó a la población de este paí­s profundamente budista y los habitantes que viven cerca de monasterios decidieron albergar a monjes a pesar del peligro.

A veces, Yin Phoe Htoo no duerme durante toda la noche. En cuanto entra en vigor el toque de queda, a las 22:00 horas, los camiones militares invaden algunos barrios de Rangún. A bordo de estos vehí­culos soldados con altoparlantes amenazan arrestar a toda persona vinculada a las manifestaciones.

«Los soldados utilizaron el toque de queda para lanzar ataques contra los monasterios y arrestar a quienes consideraban sus lí­deres», explica una mujer de 56 años que protege a dos novicios, incluyendo a Yin Phoe Htoo.

El 27 de setiembre pasado, una operación particularmente violenta contra el monaterio de Ngwekyaryan enfureció a los habitantes del barrio de Okkalapa, donde miles de personas salieron a las calles para desafiar a las autoridades. Los soldados, presa del pánico, dispararon contra la multitud, matando a por lo menos ocho manifestantes.

«Nosotros estábamos totalmente desmoralizados, en particular las mujeres, porque las tropas eran más fuertes y nosotros no podí­amos proteger a los monjes», explica este hombre del barrio, de 57 años.

«Los religiosos de Ngwekyaryan son muy respetados. Todos los años otorgan la enseñanza gratuita a nuestros hijos», añadió.

En lo que respecta a las causas de la crisis, Yin Phoe Htoo señala que él mismo pudo constatar la agravación de las condiciones de vida de la población, fundamentalmente después de los aumentos masivos de precios a mediados de agosto.

«Para las ofrendas, la gente tení­a la costumbre de darnos arroz y curry. Más tarde sólo hubo arroz, y ahora muchos hogares dejaron incluso de darnos arroz porque ni siquiera pueden comprarlo para ellos mismos», indicó.

Favores

La junta militar en Birmania donó varios miles de dólares, así­ como alimentos y medicamentos a los monasterios de Rangún, en un aparente gesto de reconciliación, anunció hoy un órgano de prensa oficial.

El diario New Light of Myanmar informó que el general Myint Swe del ministerio de Defensa habí­a distribuido ayer 8.000 dólares en efectivo y grandes cantidades de arroz, aceite para cocinar, pasta de dientes y medicamentos a 50 monasterios y un convento en el norte de Rangún.

El diario, controlado por el régimen, añadió que estas donaciones habí­an sido efectuadas en nombre de los militares y de sus familias y aseguró que habí­an sido aceptadas por los monjes.

Este anuncio se realizó en momentos en que la junta intenta volver a ganarse los favores de una buena parte de los monjes budistas, que se vieron conmocinados, como la población, por la represión provocada por el 26 de septiembre en Rangún contra las manifestaciones pací­ficas encabezadas por los bonzos.