Hugo Gordillo
Maco Luna y sus coetáneos son hijos de una época ambivalente. Su historia lleva su prehistoria a cuestas o la va engendrando en la medida que avanza. Una moneda en cuyas caras se dibujan la revolución y la contrarrevolución política en Guatemala.
Esos muchachos destinados a ser parte de la revolución del rock y la psicodelia no saben, quizás, que cuando en su pubertad entraron por primera vez a un bar a disfrutar de los cuerpos, mas de alguna alma buena marcó en la rockola: fue en un cabaret / donde te encontré / al mejor postor / , dedicada a los que en los 50 vendieron al país al imperio del norte y quedaron como libertadores del pueblo.
Guatemala, finales de los años 60.
Los militares continuaron con sus gobiernos militares, esta vez con la fachada del presidente civil Méndez Montenegro. En sus inicios, el Cuerpo y Alma ensayaba y se presentaba ante el público con: diablo con vestido / con vestido / diablo con vestido azul. Pura coincidencia de la vida.
En el Oriente del país, el chacal, el coronel Carlos Manuel Arana Osorio, o como dice Maco Luna, Araña Osobrio, limpiaba el Oriente del país de «comunistas» a sangre y fuego. Los escuadrones de la muerte florecieron en esa época emulando y superando a «la mano blanca» creada por un contrarrevolucionario liberacionista emparentado con quienes hoy nos gobiernan y hacen limpieza social, para variar, con los jóvenes.
El Río Motagua, que pasaba a la orilla de la Zona Militar de Zacapa se convirtió en botadero de cadáveres desde la misma Zona. En las masacres de las sierras De Las Minas y El Merendón no hubo tiempo de erigir una cruz por las víctimas, mucho menos de cantar una canción.
El Cuerpo y Alma, engendrado en una de las zonas rebeldes de la ciudad «La Five», también mataba a diestra y siniestra las bachas de la mariguana y se bebía la cerveza y el guaro como el Océano Pacífico se bebe al Motagua en pleno invierno.
Ahí mismo nació el original Sonrock de Maco Luna, entre nalgotas, golpes de baqueta, chichonas y pedos psicodélicos, bajo el símbolo de paz y amor, hermano, aunque al rompe y rasga, porque en este país ya no hay nada virgen desde hace mucho tiempo.
El Sonrock fue un viaje alucinante de ida y vuelta que se jaló del mocho al novedoso rock angloamericano y lo puso en comunión con el sonido de los tamborones ancestrales mayas, para alegrar a la chaviza ladino-capitalina entregada a la siempre ecológica y universal mariguana.
Guatemala, principios de los años 70
El chacal Arana asumió la Presidencia, el Congreso lo ascendió a General y aquí comenzó la era del generalato matón. El Cuerpo y Alma ascendió a los escenarios y no hubo quién lo bajara de las tablas. Se convirtió en el plenipotenciario de las demandas juveniles.
Los militares estaban de moda en la política porque también nació la guerrilla urbana de sus mismas cenizas en el Oriente del país. Todo estaba militarizado. Por eso, no era raro ver a los rockeros urbanos mofarse de ellos vistiendo botas militares frente a la mara que pedía paz y amor: paz para atorarse de drogas y amor para gozarlo en la carne apetecida.
Pero el generalato engendró su contraparte en el ámbito citadino con un demócrata en la alcaldía de Guatemala: Manuel Colom Argueta. Al chacal Arana no lo botó nadie. Se defendió con el Estado de Sitio, la militarización de las policías nacional y municipales y, por si fuera poco, la censura a la Prensa.
En la era del generalato cayó muerto Colom Argueta a causa del terrorismo de Estado. También cayó muerto por esas balas asesinas el periodista Chepe León Castañeda, uno de los narradores de los festivales paz amor de unos jóvenes desencantados de todo y encantados con los «sueños húmedos» «mara» y mariguana», del Cuerpo y Alma.
Julio de 1973 en Retalhuleu, la capital del inmundo.
Nuestra generación, los hijos de Retalhuleu cargadores de la vergí¼enza de que nuestro territorio fuera prestado para entrenar mercenarios de la CIA para invadir Cuba, no salíamos del asombro: «dicen que esos peludos tocan bien pesado». Allí estaba el Cuerpo y Alma en una de las dos fiestas de aniversario del Instituto Carlos Dubón. Después de un buen churrasco, el postre de rock nos lo dio el Cuerpo y Alma con covers de Black Sabbat, Led Zeppelin, Deep Purple, Grand Funk y como guinda, el Sonrock.
Jamás volví a escuchar del Sonrock sino tres décadas después en las narraciones que Maco Luna hace en su libro «Cuerpo y Alma», Sonrock Chapín, publicado por la Editorial Letra Negra. Como todos los escritores que son músicos, si algo le imprimió Maco a su libro fue ritmo y sabor, aunque merece una mención especial el buen rescate de los modismos juveniles de la época. Cada guato está adornado con sexo, bebederas, gomas, alucines, amor desenfrenado, violencia y ternura. Eso fue vida para el Cuerpo y Alma y para quienes lo escucharon y se movieron con el Sonrock. Con este comentario no hago sino rendir un homenaje a esos músicos que tuvieron la poesía en la boca, las manos en las cuerdas de la guitarra o las baquetas de la batería y el pie en el bombo, el ponchín o el distorsionador de la guitarra para decir Paz y Amor lo más fuerte posible, en medio de tanta chingadera política contra el pueblo de Guatemala.