Harold Soberanis*
El 18 de octubre de 1955 moría, en Madrid, uno de los filósofos más influyentes del siglo XX: José Ortega y Gasset. En esa misma ciudad había nacido un 18 de mayo de 1883. Después de llevar una vida intelectual intensa e independiente en diferentes países, volvió a su ciudad tan querida y entrañable, y allí moría.
Ortega realizó estudios de Filosofía y Letras en su ciudad natal, completando su formación intelectual en algunas universidades alemanas. De regreso a España obtuvo la cátedra de Metafísica en la Universidad Central de Madrid, en la que impartió clases hasta 1936.
Los escritos de Ortega son numerosos. Además de sus libros, redactó una gran cantidad de artículos periodísticos, conferencias y ensayos políticos. Asimismo, fundó algunas revistas, entre las que destaca Revista de Occidente.
Las ideas políticas de Ortega, con las que buscaba el rescate del sentido de una nueva España y que se vieron, de alguna manera, plasmadas en la instauración de la II República, trajeron a su autor diversos problemas. Al estallar la Guerra Civil abandona España y vive en diversos países como Francia, Argentina y Portugal. En 1945 regresa a España y funda el Instituto de Humanidades.
Esta incansable y fructífera vida intelectual y académica tuvo sus frutos en el surgimiento de una generación impresionante de intelectuales que influyó, y sigue influyendo, en muchos pensadores del mundo, especialmente en Latinoamérica.
En sus inicios, la filosofía ortegueana está marcada por una posición subjetivista; su postura está impregnada por una permanente preocupación sobre la condición del hombre contemporáneo y, en especial, sobre el destino de su patria. Recordemos que en la primera mitad del siglo XX se habían suscitado en España algunos hechos que marcarían en definitiva la actitud y manera de pensar de los españoles. Dicha actitud y manera de pensar se reflejarían en las obras de los intelectuales de la llamada Generación del 27, (que a su vez, encontraba sus raíces en la Generación del 98).
A partir de 1920, Ortega comienza a abandonar este carácter subjetivo de su filosofía; su análisis se dirige más hacia el ámbito social y objetivo. En este momento, Ortega acuña su concepto de las masas, que son, según él y en última instancia, la base de las sociedades actuales. Comienza, pues, la segunda etapa de su filosofía conocida como perspectivismo. Destacan en este período obras como El tema de nuestro tiempo, España invertebrada y en especial, su famosa obra La rebelión de las masas. En ésta dirige su reflexión a esa nueva clase social que está surgiendo como producto de la decadencia de la sociedad contemporánea y que, inmersa dentro de una masa informe ha perdido su propio ser. Estos individuos mediocres, esta masa, necesitan de una clase de seres superiores, en sentido intelectual y moral, que les guíen. La obra de Ortega coincide así, en términos generales y en preocupaciones, con la del Hombre mediocre de José Ingenieros, en el sentido de revelar una preocupación ante la decadencia de las sociedades actuales, por lo que ambos proponen una renovación de los valores que sirven de guía a los seres humanos dentro de un colectivo.
Según el perspectivismo, cuyo significado acusa ideas de pensadores alemanes como Leibniz y Nietzsche, la realidad inmediata se nos presenta desde muchas perspectivas, cada una de las cuales es parte de una realidad total y que se constituye como posibilidad de conocimiento de lo real. De esa cuenta, la realidad sería la suma de las perspectivas posibles, aunque sin olvidar la imposibilidad que presenta la pretensión de aprehender una realidad inmutable. Eso es lo que quiere hacernos comprender Ortega con su famosa frase: Yo soy yo y mis circunstancias. Esta frase se puede interpretar como que mi propia circunstancia me determina a ver la realidad de una manera y desde esa manera particular, debo tratar de comprenderla pero sin derivar en un relativismo epistemológico, es decir, en la consideración de que la realidad que conozco depende de mí, que es creación mía y no algo objetivo.
Hacia finales de 1920, la filosofía de Ortega y Gasset toma un nuevo rumbo ideológico, derivando en una tercera etapa de su pensamiento denominada raciovitalismo. Con este término, Ortega quiere sintetizar dos realidades esenciales: la Razón y la Vida. Por un lado, tenemos la vida como una realidad fundamental de la que brota cualquier problema relevante. La vida es, para cada individuo, una realidad radical y última, su única realidad que debe comprender y ahondar para salvarse a sí mismo.
Unida a esta concepción de vida, se encuentra una nueva manera de entender la Razón: ésta ya no debe ser aquella razón fría y despersonalizada, abstracta y alejada de las condiciones concretas de los individuos de carne y hueso. Ya no debe ser esa razón producto de la tradición filosófica occidental que se resume en el proyecto de la Ilustración. Para Ortega esta nueva Razón es una razón que va ligada estrechamente a la vida misma, de la que surge. Si la vida es ese constante fluir que nos lleva a enfrentarnos a decisiones radicales, que van configurando nuestro ser, necesitamos de una razón iluminadora que acompañe ese fluir permanente y radical. Esta Razón es la Razón vital. El raciovitalismo será, entonces, la nueva actitud de pensar que se apoya en la vida misma.
En los tiempos que corren, tan llenos de conflictos, crisis y mediocridad, donde lo que prima es el crimen, el engaño y la corrupción; donde nuestros lideres políticos lo son porque son sinvergí¼enzas; donde el modelo de éxito es el del rico explotador; donde el futuro de los jóvenes es totalmente incierto, bien nos vendría releer lo que este distinguido filósofo español escribió, acerca del peligro que significaba caer en la mediocridad y del compromiso que cada uno tiene como individuo en el rescate de su propia vida, pero sin olvidar, claro, al prójimo. Acaso esta sea la mejor manera de rendir homenaje a un filósofo que nos enseñó a reconocer el valor de nuestra circunstancia.
* Profesor titular Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, Usac.