John X, el hombre que cazó a Bin Laden


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Cuando comandos especiales de la armada (Navy SEALs) mataron a Osama Bin Laden, la Casa Blanca dio a conocer una fotografí­a del presidente Barack Obama y su GaBinete en la Sala de Situaciones Especiales, viendo el transcurrir de la operación.

Por Adam Goldman y Matt Apuzzo
WASHINGTON / Agencia AP


Oculto de la vista, fuera del marco de la ahora famosa foto, estaba un veterano analista de la CIA. En la caza del terrorista más buscado en el mundo, pudiera no haber habido nadie más importante. Su trabajo de casi una década fue encontrar al lí­der de Al-Qaeda.

El analista fue el primero en escribir el año pasado que la CIA tení­a una pista real para encontrar a Bin Laden. Supervisó la compilación de pistas que llevó a la agencia al complejo fortificado en Abotabad, Pakistán. Y su voz estuvo entre las más confiadas diciéndole a Obama que Bin Laden estaba probablemente tras esos muros.

Por razones de seguridad, la CIA no le permite hablar con reporteros. Pero entrevistas con funcionarios y exfuncionarios de inteligencia revelan una historia de callada persistencia y perseverancia que llevaron al mayor éxito antiterrorista en la historia de la CIA. Casi todas las fuentes insistieron en preservar el anonimato porque no estaban autorizadas a hablar con reporteros o porque no querí­an sus nombres vinculados con la operación de Bin Laden.

The Associated Press aceptó el pedido de la CIA de no publicar su nombre completo y no revelar ciertos detalles biográficos, para que el analista no sea blanco de represalias.

Llamémosle John, su segundo nombre.

John estaba entre los centenares de personas que llegaron al Centro de Antiterrorismo de la CIA luego de los ataques del 11 de septiembre de 2001, proveyendo una mirada fresca y nueva energí­a a la lucha.

Habí­a sido un especialista destacado en los departamentos de Rusia y los Balcanes en la agencia. Cuando Vladimir Putin llegaba al poder en Rusia, por ejemplo, John presentó detalles ignorados por otros y escribió lo que algunos colegas consideraron el perfil definitivo de Putin. Su evaluación cuestionó algunas creencias de la agencia sobre el pasado de Putin en la KGB y elaboró un retrato mucho más completo del hombre que iba a dominar la polí­tica rusa.

Esa capacidad para detectar detalles aparentemente insignificantes, para trenzar hilos disparejos de información en una narrativa coherente, le dio una habilidad especial para cazar terroristas.

“Podí­a darte siempre las implicaciones más amplias de todos esos detalles que estábamos compilando”, dijo John McLaughlin, que como vicedirector de la CIA recibió informaciones regulares de John en las mañanas tras los ataques terroristas del 11 de septiembre.

A partir de 2003, cuando se sumó al centro antiterrorista, hasta 2005, John fue la fuerza motriz en la serie más exitosa de capturas de terroristas: Abu Zubaydah, Abd al-Nashiri, Khalid Sheik Mohammed, Ramzi Bin Alshib, Hambali y Faraj al-Libi.

Pero no habí­a presa mayor que Bin Laden.

El lí­der de Al-Qaeda se le habí­a escabullido a las fuerzas estadounidenses en las montañas afganas de Tora Bora en 2001, y la CIA pensaba que se habí­a refugiado en las zonas tribales de Pakistán, en la que el gobierno tiene poco control. En el 2006, la agencia lanzó la Operación Cannonball, para establecer bases en esas regiones y encontrar a Bin Laden. Incluso con todos sus recursos, la CIA no pudo localizarlo.

Para entonces, la agencia tení­a a su tercer director desde el 11 de septiembre del 2001. Muchos de los supervisores directos de John se habí­an retirado o cambiado de puesto. La CIA usualmente no mantiene a su gente en un puesto por mucho tiempo, pues se hastí­an y empiezan a pasar por alto detalles.

John no se querí­a ir. Querí­a seguir trabajando en el caso de Bin Laden.

Examinó y reexaminó cada aspecto de la vida de Bin Laden. ¿Como viví­a cuando estaba oculto en Sudán? ¿De quiénes se rodeó cuando viví­a en Kandahar, Afganistán? ¿Cómo serí­a el escondite de Bin Laden ahora?

La CIA tení­a una lista de pistas potenciales, asociados y familiares que pudieran tener acceso a Bin Laden.

“Sigan trabajando esa lista poco a poco”, le dijo John a su equipo, recuerda un alto funcionario de inteligencia. “í‰l está ahí­ en alguna parte. Vamos a encontrarlo”.

En 2007, una colega a la que la AP acordó también no identificar decidió concentrar su atención en un hombre conocido como Abu Ahmed Al-Kuwaiti, un nombre de guerra. Otros terroristas habí­an identificado a al-Kuwaiti como un importante correo para la cúpula de Al-Qaeda, y ella pensaba que encontrarle pudiera llevar al paradero de Bin Laden.

Tomó tres años, pero en agosto de 2010, al-Kuwaiti fue detectado en una escucha telefónica de la Agencia de Seguridad Nacional. La analista le envió un memorándum a John, diciendo que su equipo pensaba que al-Kuwaiti estaba en algún lugar en las afueras de Islamabad.

A medida en que la CIA cerró el cí­rculo alrededor de Al-Kuwaiti, el equipo de John actualizó el memo con nueva información.

Ese memo revisado fue finalizado en septiembre de 2010. John, para entonces vice jefe del departamento de Afganistán y Pakistán en la agencia, lo envió por correo electrónico a aquellos que necesitaban ser informados. El tí­tulo era “Anatomí­a de una pista”.

Como se esperaba, el memo inmediatamente se convirtió en un tópico candente en la agencia y el director Leon Panetta solicitó más detalles. John nunca se excedió en sus promesas, pero no dudó en decir que habí­a buenas probabilidades de que esta pudiera ser la oportunidad por la que habí­a esperado la CIA.

La agencia localizó a Al-Kuwaiti en un complejo tapiado en Abotabad. Si Bin Laden se estaba ocultando allí­, en un suburbio no lejos de una academia militar de Pakistán, eso contradecí­a mucho de lo que la CIA habí­a supuesto sobre su escondite.

Pero John dijo que no era tan descabellado. Considerando todo lo que sabí­a de los escondites previos de Bin Laden, John dijo que tení­a sentido que éste se hubiese rodeado solamente de sus correos y familiares y no usase teléfonos o la internet.

Panetta le pasó la información a Obama, pero habí­a mucho por hacer aún.

El gobierno trató todo lo posible para determinar quién estaba en ese complejo en Abotabad.

En una pequeña casa cerca del lugar, la CIA colocó a personas que no llamarí­an la atención. Ellos observaron y esperaron, pero no consiguieron información definitiva. Satélites capturaron imágenes de un hombre alto caminando por los terrenos de la propiedad, pero nunca pudieron ver su rostro.

Eso sucedió durante meses. Para febrero, John le dijo a sus superiores, incluyendo a Panetta, que la CIA podí­a seguir tratando, pero que era improbable que la información mejorase. Le dijo al director que esa pudiera ser su mejor oportunidad para encontrar a Bin Laden y que no durarí­a eternamente. Panetta le dijo lo mismo al presidente.

Para abril, el presidente habí­a decidido enviar a los Navy SEALs a asaltar el complejo.

Aunque el plan estaba ya en marcha, John habló con su equipo, dice un alto funcionario de inteligencia.

“Hasta el último momento”, les dijo, “si tenemos cualquier indicio de que pudiera no ser él, alguien tiene que alzar la mano y decirlo antes de que arriesguemos vidas estadounidenses”.

Nadie lo hizo. En la sala de situaciones especiales en la Casa Blanca, el analista que apenas era conocido fuera de los cí­rculos de inteligencia tomó su puesto junto a los más altos funcionarios de seguridad del paí­s, los nombres y rostros bien conocidos de Washington.

Unos angustiantes 40 minutos luego que los comandos especiales irrumpieron en el complejo, llegó el reporte: Bin Laden estaba muerto.

John y su equipo habí­an adivinado correctamente, tomando un riesgo intelectual basado en información incompleta. Fue un riesgo que puso fin a un decenio de desilusiones.