¿La opinión de ODHAG  representa el sentir del arzobispo í“scar Julio Vian?  ¿Comparte  informe el Nuncio, delegado del Vaticano en Guatemala?  ¿O es sólo una escupida al aire que tiró ODHAG?


Estupefacta  quedé al leer el encabezado en primera plana del Diario La Hora con fecha 20-5-11. El titular que dice: “Tras la masacre ODHAG PIDE CIERRE DE ESCUELA DE KAIBILES. Además la Sepaz dice que el hecho tiene caracterí­sticas como las del conflicto armado interno”. Me parece que en la ODHAG no están capacitados para descalificar a la institución castrense respecto al entrenamiento que reciben los soldados en el destacamento del Infiernillo, en el departamento de Petén. Ellos, los kaibiles, son el grupo élite de la  institución del Ejército de Guatemala.

Rosana Montoya / A-1 397908
rosana.montoya@yahoo.com

 


Este grupo, conformado por los más diestros elementos entre la tropa de soldados y oficiales, recibe un adiestramiento especializado para defender y auxiliar al Estado en tiempos de contingencia especiales y calamidades naturales.  Son igual que los arcángeles, el grupo élite del ejército celestial de ángeles, que tiene a su disposición Dios Padre, en la lucha contra enemigos; fueron ellos, los arcángeles, el grupo de kaibiles de Dios, los que lucharon contra dragones y serpientes para bien y propagación de la fe, que puso fin al episodio de la media luna, sobre la que edificaron impresionantes templos cristianos. Yo  invito a los miembros de ODHAG que hagamos una rápida remembranza acerca del historial de nuestra  Santa Madre Iglesia Católica.  No hace tantos años que por pensamientos diferentes a nuestra fe cristiana, la tierra ha sido abonada con la sangre de los adversarios en la convicción.  Hubo un tiempo  en que Iglesia Católica francesa luchó por la hegemoní­a en los territorios de la Tierra Santa, enfrentamientos que duraron 200 años en  cruentas batallas en la ofensiva de las Cruzadas.   Sin ir más lejos, durante el descubrimiento, conquista, evangelización y colonización  del Continente Americano, fueron los colonizadores y misioneros  los encargados de dispersar la semilla de la nueva fe, que anunciaba paz y amor, inculcada a sangre y fuego.  Luego vino la época del oscurantismo de la Santa Inquisición, otro grupo élite del catolicismo, que persiguió a judí­os y árabes, en nombre del cumplimiento de la fe. Durante toda la diseminación de la fe católica se ha perseguido y culpado a la mujer de ser la portadora del pecado, desde tiempos de Adán y Eva, evangelio que los hombres han aprovechado para arremeter en su contra, cometiendo los más abominables abusos en la humanidad de la mujer, gracias a la doctrina católica.  Sin embargo, yo creo en Dios Padre Todopoderoso, creo en Jesucristo, creo en la Santí­sima Virgen Marí­a, creo en la resurrección de los muertos y en el perdón de los pecados, porque soy descendiente de esa raza que fue casi exterminada por sus invasores, que profanaron nuestras tierras  para que profesáramos una nueva alternativa, donde fuéramos incluidos como hijos del Dios verdadero.  Así­ como Guatemala, el resto del Continente Americano, excluyendo el territorio ocupado por los migrantes europeos e ingleses que se apropiaron de esas tierras, América fue Católica.   Una buena parte del globo terráqueo pertenece a la fe católica, que significa la única y verdadera fe, no digo lo  sea. Lo hicieron porque los sumos pontí­fices de la Iglesia Católica lucraron a mitades en las ganancias con la Corona española, repartiéndose el nuevo continente.  La nueva cruzada de las Américas dio tantos dividendos que alcanzó  para volver a construir el templo más grande el orbe.  Y como en el milagro de la multiplicación de pan y peces, hasta sobró para costear el sufragio de novedosas edificaciones, donde los arquitectos de la época explayaron sus más novedosas ideas. En esa misma tierra del Pontificado floreció el arte del perí­odo barroco, que atiborró los templos italianos, españoles, franceses con esculturas de mármol de Carrara y pinturas que cubrieron cúpulas y paredes.    Es difí­cil entender este último significado, porque, por lo visto, es obvio que para lograr un propósito determinado es válido usar lo que fuere necesario.  Debo entender, que cuando las palabras no son suficientes para convencer al presunto antagonista, es válido que se desenvaine la espada y sea decapitarlo.  Con esta filosofí­a ha muerto más de un tercio de la humanidad por extender la religión que anuncia la salvación de los hombres a través del gran Maestro que en forma voluntaria se entregó en sacrificio para que el resto de la humanidad, pudiera accesar a las bondades del Dios Creador.  Los prí­ncipes de la Iglesia defendieron  celosos el dinero que genera la fe.  Porque a estas alturas no nos llamemos a engaño creyendo que la religión es pura y desinteresada.  Es el dinero el que mueve montañas.  Aunque debo reconocer que más de la mitad de sus correligionarios han abandonado el catolicismo, no porque hayan dejado de Creer en el Dios Padre, ni en Jesucristo, mucho menos en la Santí­sima Virgen Marí­a, que la llevan muy dentro de su alma; aunque la nieguen, es invariable y evidente que en la hora de la muerte clamen a gritos por ella, pidiendo perdón por haberla ofendido.   Muchos devotos han dejado de lado la religión católica por la deficiente labor de algunos sacerdotes, que se han dedicado a violar los templos inmaculados de la niñez, adolescentes que fueron decapitados de golpe y porrazo de su inmaculada inocencia, para colocarlos en la cúspide de una vergí¼enza que hubo de pesar sobre ellos, sin saber por qué habí­an sido abandonados. Permitiendo desgracia semejante, sin ser ellos merecedores de tan grande  oprobio. Porque bastante desgracia tienen los niños que son manoseados y violados por los parientes más cercanos, como podrí­an ser y son los tí­os, para que encima los curas, emisarios de la palabra de Dios, den rienda suelta a sus masturbaciones en los celestes cuerpos de la inocencia.  Estas mismas inocentes ví­ctimas del catolicismo,  años después se convirtieron en  adultos que se atrevieron a denunciar el abuso de los que hoy representan  la élite, dentro de la jerarquí­a pontificia,  en la pirámide de los más altos funcionarios de la curia sacerdotal, sin que el Vaticano diera alguna señal de repudio.   Dispensen, sus eminencias, prí­ncipes de la Iglesia Católica: ¿Por ventura no es lo mismo lo que vosotros condenáis lo que vosotros mismos  hacéis?