Cuatro escaladores anónimos aprovecharon el desconcierto devenido de la tragedia que apenas transcurría sobre aquella desolada cumbre de muerte y coronaron la cima más difícil del Himalaya, el K-2 ó pico Godwin Austen, el ocho de agosto del año 2008.
Pronto iniciaron el descenso, pero, luego de descollar sobre cuerdas fijas por entre la niebla un trecho menor de la repisa sur, una fisura invisible les engulló irremediablemente. De inmediato el frío paralizante les obligó a tomar la reacción pactada de antemano: “En casos como este quien ha de sobrevivir ha de ser el más joven del grupo”; Little Sean, el cámara de la expedición; un protestante silencioso de las calles hacia el sur de Dublín. Las últimas raciones le fueron asignadas apresuradamente.
Exhaustos, fueron cooperando con el ascenso del irlandés hasta la hendidura por donde se colaba la lluvia gélida.
Más tarde, abajo, las plegarias sobrecogidas de los guías, porteadores y demás miembros del equipo fueron acompañando a la rendición definitiva de cada uno de los corazones monitoreados electrónicamente desde el campamento base; tristemente, a pesar del esfuerzo colectivo, antes de la media noche los montañistas habían muerto de congelación.
El último en morir fue Sean, quien sucumbió a escasos pasos de la grieta. El director exclamó entonces entre sollozos: verdaderamente cada uno de estos cuatro muchachos valía por dos de nosotros, cuando menos/. Extraordinariamente, sin embargo, y con los rayos del amanecer, un silbido apacible les devolvió la conciencia y se vieron entre sí enteramente muertos y con graves lesiones en la nariz y los dedos; reconocieron, además, sobre una delgada sima, junto a un piolet antiguo, una garrafa de licor y un cilindro de oxigeno empotrado en el hielo sucio.
El jefe exclamó ¡Bendito sea el vodka ruso!, mientras saboreaba un sorbo, pero convino en que el contenido gaseoso en la bombona era mínimo; nada más para reanimar a una persona. Reflexionó por un instante y declaró: ni el más fuerte, ni el más experimentado, quien ha de revivir que vuelva a ser nuestro querido Sean; y todos quedaron conformes.
Pero éste se negó a abandonarles por segunda ocasión, se quedó, y después de una breve oración se dispuso compartirles de sus pocos alimentos e insuflarles el oxígeno soviético restante acompañado de algunos tragos de alcohol, hasta lograr conciliar el sueño del más allá… Milagrosamente al tercer día los alpinistas fueron encontrados cerca del primer campamento buscando torpemente una nueva ruta de ascensión en un segundo intento sordo de morirse.
Quién sabe por qué al Señor de las alturas le da por contradecir a la muerte; en fin, no es por nada que a la proeza de estos cuatro hombres resucitados, quienes de común acuerdo prosiguieron en el anonimato, se le conozca ahora como la del “Milagro 8,888”; porque para ellos fue la escalada más dificultosa de sus vidas, mucho más que la del mismo Everest, el cual mide apenas 8,844 metros; cuarenta menos.