Parqueo vehicular, eterno problema


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Otro problema, al parecer eterno; pregunta recurrente viene a ser, ¿cuándo finalizarán tantos problemas en Guatemala? Si no es una cosa es otra. En medio de tal continuidad, lo peor consiste que al final ya nos acostumbramos, situación por demás triste como lamentable. La verdad llueve sobre mojado. Las debidas soluciones a los mismos se encuentran perdidas en lejana galaxia.

Juan de Dios Rojas


La vida en nuestros lares, siempre queridos, exhibe rostros cariacontecidos pese a no perder la esperanza, que tal vez nuestros nietos tengan la suerte de sentir en carne propia con aspecto distinto, acaso mejor algún día, icono deseado por la generalidad que viene llevando palo noche y día sin excepción. Importa sobremanera, aunque tarde pueda verse y sentirse en definitiva.

Las disquisiciones anteriores se derivan del diario acontecer en el ambiente, diríase preñado de dificultades en extremo pernicioso. Desde hace tiempo atrás el parqueo vehicular constituye un problemón del tamaño de la Torre del Reformador. Palmo a palmo está ocupado a como dé lugar; que se tornó en negocio de los “cuidadores”, féminas y varones, inclusive mozalbetes cooptan todo.

Es consecuencia lógica del desaforado parque vehicular precisamente que inunda la urbe, sin lugar por ningún lado. Y en consecuencia también expuesto dicho parqueo a la mano inclemente, abusiva, prepotente y agresiva de dueños y señores de su feudo, carente de legalidad, mediante escritura formal. Únicamente, entre dimes y diretes pasa gracias a la ley del más fuerte.

Sobrada razón, fruto infalible de la experiencia ganada a pulso de los años, al decir a título de consejo benigno y conveniente: “Si ahora caminamos libremente a pie por donde nos dé la real gana, pero sin fastidiar a nadie, con el correr del tiempo la capital que crece día a día, pronto se llenará de automóviles; imposible que encuentren dónde estacionarlo siquiera un momento.

Actualmente, máxime en las horas pico, no obstante pasos a desnivel, carriles reversibles, semáforos y soplapitos en esquinas, que enredan y  complican mucho más el tráfico, en razón de miles de vehículos de diversa condición, ante la imposibilidad de encontrar el dichoso parqueo, forcivoluntariamente deben dar más vueltas que un trompo en manos de un niño impulsivo.

Y  qué hacer entonces, también surge la obligada interrogante respectiva. Supervisar continuamente el estado físico y mecánico de los vehículos; no sobrecargarlos, no robarse el pasaje con peligro de la seguridad del usuario, peligro mortal, por cierto hoy en día datos comunes y corrientes que representan estadísticas frías nada más, ajenas a su impacto moral tétrico.

De campañas preventivas está empedrado el camino del cielo, pese a su tenacidad publicitaria, no pasa de ser eso y nada más. Hace falta muchísima educación vial: de bocinazos están tapizadas calles y avenidas de la urbe. Verdadera conciencia y respeto ante señales, cebras especialmente que solo están pintadas, ni siquiera de adorno sirven, los energúmenos las ignoran.