La primera reacción ante la situación de los niños migrantes no acompañados es de sorpresa, para luego convertirse en una auténtica expresión de dolor ante las condiciones que los empujan a tomar la determinación de migrar, aún más cuando se reconocen los peligros que dicha decisión implica y finalmente terminamos aún más preocupados ante la incapacidad de nuestra sociedad y aún más de los gobernantes para no ofrecer ninguna alternativa a este flujo silencioso de niños, de humanos, de compatriotas que buscan un mejor futuro allende de nuestras fronteras.
La crisis humanitaria que los niños migrantes no acompañados nos muestran actualmente debe golpear nuestra sensibilidad, pero también nos debe conmover como sociedad para obligar a nuestras autoridades a que tomen con seriedad la conducción del país, en la implementación de políticas públicas coherentes, consistentes y de medio y largo plazo para que atiendan con seriedad y voluntad esta muestra dolorosa de una sociedad que cada vez se muestra con mayores fracturas y que nos conduce al fracaso como modelo de convivencia y que aún más nos demuestra que los diferentes gobiernos democráticos se han quedado estrechos en su actuar, limitados en su capacidad de comprender la problemática global e inútiles y poco serios para configurar mecanismos de articulación de política pública para atender problemáticas como la actual.
Este silencioso trayecto del migrante niño, lleno de engaños, repleto de insatisfacciones, complejo por el conjunto de presiones que se ciernen sobre familias y hogares, cuando no sólo se enfrentan a condiciones de desigualdad configuradas por falta de ingresos, carencia de oportunidades, empleos informales y con mala paga, ninguna provisión social y servicios de salud y educación maltrechos. Todas estas inequidades condicionan a padres de familia a buscar alternativas para sobrevivir que encuentran canales de expresión en la informalidad y cuando ello no basta, ni alcanza, la migración es la alternativa final y donde todo el grupo familiar entra en el eje de la decisión, empujando a tomar decisiones temerarias con los hijos niños o jóvenes, a quienes se involucra como colaborador imprescindible, sin calcular que dicha decisión conlleva enormes peligros y potencialmente poner en peligro la propia vida.
Sin duda algo está mal en nuestra sociedad. No es posible que los peores indicadores se encuentren en la desnutrición de casi el 50% de los niños de 0 a 5 años; resulta doloroso reconocer que un porcentaje elevado de jóvenes inician el ciclo educativo formal en primaria, pero luego lo abandonan en enormes porcentajes y quiebran el proceso de educación entre los básicos y el diversificado. Algo está mal, no puede ser que la economía sigue creciendo a niveles moderados y seguimos diciendo que la pobreza únicamente se revertirá si existe crecimiento económico. Debemos de pensar en intervenciones distintas que vayan aparejadas al crecimiento económico pero principalmente al desarrollo económico, para llegar a generar mecanismos positivos para el bienestar de la sociedad.
No estamos haciendo lo correcto, seguimos mal cuando reconocemos que el 70% de la población se ubica en la economía informal, con carencias manifiestas de ingresos, poca estabilidad, falta de contratos y jornadas de trabajo prolongadas. Sigue mal nuestra sociedad cuando vemos que se calcula que retornarán deportados a setenta mil compatriotas y que dentro de estos grupos una gran cantidad son niños, conducidos por coyotes que únicamente buscan engañar y ganar, sin pensar en las consecuencias terribles que el trayecto migratorio entraña para adultos, mujeres y hoy niños. Nuestra sociedad y nuestros niños y niñas merecen un mejor futuro. Lo que estamos haciendo es francamente irresponsable.