El poder «mágico» de Luiz Felipe Scolari de convertir a equipos desacreditados en campeones se esfumó en forma estrepitosa hoy en Belo Horizonte, con la derrota por 7-1 ante Alemania en la semifinal del Mundial de Brasil 2014.
Belo Horizonte, Brasil / dpa
Scolari aspiraba a convertirse al mando de Brasil en el segundo técnico de la historia en conquistar dos títulos mundiales, algo que sólo pudo hacer el italiano Vittorio Pozzo, bicampeón con la «Azurra» en los lejanos Mundiales de 1934 y 1938.
El brasileño no podía imaginar la humillación histórica que viviría hoy en el estadio Mineirao de Belo Horizonte.
Tampoco la esperaban los brasileños, que en noviembre de 2012 recibieron con entusiasmo la decisión de nombrar a Scolari como entrenador de Brasil en lugar del discreto Mano Menezes.
Al fin y al cabo, «Felipao» fue el hombre que, en 2002, llegó al Mundial de Corea/Japón con un equipo desacreditado tras una malísima campaña en eliminatorias y un mes después se alzó con el «pentacampeonato».
Aunque es cierto que aquél equipo tenía a algunas de las principales estrellas del fútbol, entre ellas las del trío de ataque conformado por Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho, también lo es que gran parte del éxito fue adjudicado a las calidades de gran motivador de Scolari, destacadas por todos los que ya actuaron bajo su comando.
La confianza aumentó el año pasado, cuando Scolari volvió a hacer su «magia», al convertir en sólo cuatro semanas a un grupo desordenado de 23 jugadores en un equipo con base y estilo de juego definidos que se alzó con el título de la Copa Confederaciones y alegró a los brasileños en medio de las masivas protestas sociales que sacuedían el país.
Conquistar el corazón de la «torcida» era el paso número uno del proyecto de Scolari de alzarse con el «hexacampeonato»: «La hinchada sí gana partidos. Es importante. Nosotros tenemos a un décimosegundo jugador. Al actuar en casa tenemos lo que hace la diferencia», expresó en febrero.
Pero el camino de 2014 fue mucho menos suave de lo que esperaba «Felipao». Desde el debut de Brasil ante Croacia en el Mundial quedó en claro que, pese a que los jugadores y el sistema eran los mismos de 2013, el equipo no funcionaba.
La desconfianza aumentó tras el deslucido empate sin tantos con México en la fase de grupos y no desapareció pese a la goleada por 4-1 ante Camerún que clasificó Brasil a octavos como primero del Grupo A.
La agónica clasificación a cuartos, arrancada en penales tras una batalla de 120 minutos con Chile librada entre lágrimas por los jugadores de la «verdeamarela», no hizo más que profundizar el escepticismo y revelar una crisis de inestabilidad emocional en la «seleçao».
El desempeño algo mejor en la victoria por 2-1 ante Colombia reavivó un poco las esperanzas, pero la clasificación a semis vino con un precio: la fractura de una vértebra de la única gran reserva de talento del equipo, el delantero Neymar, y la segunda amarilla del capitán Thiago Silva.
Despojado de dos de sus principales figuras, Scolari trató de recurrir una vez más a su «magia», para motivar sus jugadores a usar todos los recursos posibles para llegar a la final en el Maracaná. Ya lo había hecho con éxito antes de la final de Corea/Japón 2002, en la que derrotó a la misma Alemania por 2-0 y se alzó con el «pentacampeonato».
Pero nada de esto funcionó hoy ante la arrolladora superioridad futbolística de Alemania. La «magia» de Scolari tiene límites, y esto quedó claramente demostrado en el Mineirao.
En febrero pasado, en una de las pocas ocasiones en que admitió la posibilidad de que no se concretara el «proyecto hexacampeonato», Scolari aseguró que no lo encararía como un fracaso.
«¿Quien fue el último técnico brasileño campeón del mundo? Yo. Entonces, si yo pierdo la Copa, seguiré siendo yo», dijo entonces.
Pero, tras la humillación de hoy, quizás el entrenador de 65 años opte por seguir el «Plan B» que anunció en broma hace unos meses en Brasilia: «Si Brasil pierde, hay una embajada de Kuwait aquí al lado, puedo pedir asilo».