El Almirante Nelson es una de las figuras icónicas de las fuerzas navales de todos los tiempos. El temerario vencedor de la armada francesa, el héroe de Trafalgar. Abundan los relatos de las hazañas de quien es acaso el marino británico más célebre de todos los tiempos. Pero poco se escribe del hombre, de la persona, del ser humano que se llamó Horacio Nelson hijo del reverendo Edmundo Nelson y de doña Catarina Suckling. Una existencia llena de penurias y contratiempos que a cualquier otro hubiera abatido.
Por eso la historia de Nelson nos da otra lectura, más allá del fragor de los cañones de sus fragatas. Una lección de vida que empezó en septiembre de 1758 con el nacimiento de un niño enclenque que perdió a su madre a los 9 años. Nadie sabe por qué motivo ingresó a la naval y si lo hubiera hecho hoy día no hubiera pasado siquiera la posibilidad de un examen de admisión. Era demasiado endeble, enfermizo y pequeño.
Antes de cumplir los 20 años participó en las batallas contra las Colonias rebeldes de los Estados Unidos en su guerra de Independencia. Dos años después, incursionó en un nuevo ataque inglés al Castillo de la Inmaculada Concepción, en el Río San Juan, para apoderarse de Granada y del gran lago. Nelson, de 21 años, estuvo a punto de morir de enfermedad tropical, presumiblemente cólera. Después de la batalla lo llevaron a Jamaica y estuvo convaleciente por más de un año en Bath, Inglaterra donde lo tenían que “meter y sacar de la cama con las torturas más dolorosas” y bebía un día sí y otro no” de las supuestas aguas medicinales de esos baños. Padecía de “algo parecido a la gota en el lado izquierdo” y asimismo se quejaba de “la maldita bilis”. Quedó con paludismo crónico.
Ya recuperado le asignaron otro navío para mantener el bloqueo de las colonias (islas) británicas del Caribe en su comercio con Estados Unidos. Fue encausado por supuesto arresto ilegal. Estuvo 8 meses retenido en la isla de Nevis y luego fue absuelto; allí conoció a Fanny Nesbit, viuda del lugar, que sería su esposa.
En 1794, con la flota del Mediterráneo, recibió un disparo más (ya había sufrido dos) en Córcega, esta vez en la cara, perdió el ojo derecho; el izquierdo resultó afectado y paulatinamente fue perdiendo la vista hasta quedar casi ciego. La guerra contra la Francia revolucionaria estaba en un punto álgido. En un ataque infructuoso a Tenerife (su única derrota como comandante) en 1797 recibió un disparo de cañón en el codo derecho y perdió la mitad inferior del brazo. Cuando Napoleón ascendió al poder continuó la guerra siempre contra los franceses. La batalla de Trafalgar puso fin a su vida y también a las pretensiones francesas de invadir Inglaterra. “Yo no digo que los franceses de Napoleón no vayan a venir, pero desde luego, no vendrán por mar” (Jarvis).
A pesar de la enorme lista de enfermedades y lesiones, era un cortejador. Su vida personal fue censurada. En Nápoles conoció a la guapa e inquieta Emma Hamilton, esposa del embajador británico, y fueron amantes (tuvieron una hija). Olvidó a Fanny a quien le devolvía sus cartas con la anotación: “abierta por error por Lord Nelson, pero no leída”. Regresó a su país con Emma e, increíblemente, con su esposo. Vivieron los tres juntos por algún tiempo.
Murió en Trafalgar en la cubierta de su nave de un balazo que le atravesó el pecho. Todos los historiadores coinciden en que era extremadamente valiente, pero algunos cuestionan si no temía a la muerte o más bien la buscaba.