La mayoría de leyes migratorias alrededor del mundo son el resultado de políticas proteccionistas impulsadas desde las poblaciones que ven amenazados sus estatus dentro del país que les vio nacer o donde han estado establecidos algún tiempo después de migrar. Varias veces me he manifestado en contra de las leyes migratorias de los Estados Unidos de América porque creo firmemente que como en el caso del comercio, la intervención política para la regulación de la migración, no hace sino interferir la libre decisión del individuo para buscar mejores porvenires y esto tiene como resultado un freno al desarrollo humano.
Digo esto por el gran revuelo que se ha armado a raíz de un aumento en los números de migrantes de este y otros países a suelo estadounidense. No creo que las condiciones humanas básicas de los migrantes, incluidos los menores de edad, sean violadas sistemáticamente por las autoridades del norte pero es comprensible que mientras las leyes migratorias de ese país no sufran un cambio profundo o sus autoridades otorguen el bendito TPS los inmigrantes ilegales seguirán siendo eso, ilegales.
Vale la pena hacernos un examen de conciencia nacional en dos sentidos; primero preguntarnos qué es lo que estamos haciendo mal o dejando de hacer para que los migrantes zarpen por miles diariamente sin importar los altísimos costos económicos y de seguridad personal que el tortuoso viaje al norte implica. Bien dice Oscar Clemente Marroquín que “se nos tendría que caer la cara de vergüenza” a los guatemaltecos al ver que miles y miles viajan a pesar de lo que el viaje mismo implica porque digan lo que digan evidentemente nuestra situación es tan mala que para muchos el viaje sigue valiendo la pena. Además me parece muy atinada la comparación con Cuba y que sirva como alarma para darnos cuenta a qué hemos llegado. Desde mi punto de vista Cuba es un barco hundido y nosotros un barco por zozobrar en el que algunos pocos navegamos en camarote de lujo que de nada servirá una vez el barco esté efectivamente en el fondo del mar.
El otro aspecto del examen de conciencia que vale la pena observar es en el sentido que somos muy críticos de la forma en que las autoridades de Estados Unidos trata a nuestros connacionales pero nada decimos de nuestra propia legislación migratoria que al igual que aquella trata a los inmigrantes de forma poco amistosa y encierra a cuanto chino o sudamericano ilegal (así los calificamos nosotros también) llega a nuestras fronteras en cuartos denigrantes de hacinamiento multinacional. Cuartos o centros de detención bastante peor acondicionados que los que utilizan en Estados Unidos para meter a nuestra gente.
Los que tratan de venir de forma legal, pasan por un martirio burocrático que recuerda las frías y crudas entrevistas de la embajada gringa y que explica por qué es que los foráneos deciden saltar la regulación en lugar de acatarla.
Nos queda a nosotros trabajar duro para que nuestras condiciones mejoren de tal manera que irse no sea una opción atractiva y abrir nuestra política migratoria para que todo aquel ser humano que desee venir a Guatemala a buscar un mejor futuro y se esfuerce por conseguirlo haga vida en este país sin que le estén amenazando con estúpidas regulaciones.