Imagine que fuera usted o su niño…


pedro-pablo-marroquin

Hay un drama que es considerado como una crisis humanitaria en Estados Unidos y que involucra directamente a Guatemala y su gente porque entre 80 y 90 mil niños de diversas nacionalidades de la región (incluida la guatemalteca) que viajaron con la esperanza de reunirse con sus familias se encuentran en la frontera entre México y aquel país.

Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt


Hay mucha tela que cortar al respecto del impune papel de los traficantes, de si fue prudente mandarlos o no, de los deberes que como sociedad hemos dejado de hacer, al punto que la migración es la máxima aspiración de superación, y del papel de las autoridades en Estados Unidos con relación a la reforma migratoria, en especial del partido Republicano.

Pero hoy quisiera que usted por un momento se detenga y se ponga en la piel de quienes viven ese drama. Imagine que fue usted quien hace unos años, agobiado por la situación que se vive en Guatemala, es decir que tiene mayores oportunidades si engrosa las filas del crimen que siguiendo la línea del bien, decidió irse a Estados Unidos para encontrar una oportunidad de brindar sustento a la familia.

Si cuando uno hace un viaje con todas las comodidades y las de ley, la noche antes es de carreras y hasta ansiedad en ocasiones (en especial cuando es un viaje largo o cuando hay incertidumbre de lo que se encontrará en el destino), ahora imagine cómo será cuando se va a viajar por casi 30 días en condiciones infrahumanas y con la total incertidumbre, además de si se llegará, si se sobrevivirá en el trayecto.

Y para los que se quedan, dos dramas. La ansiedad durante la travesía (de no saber nada) y si tienen la suerte de llegar y trabajar, el sentimiento encontrado de recibir recursos para vivir, pero con el vacío humano que deja en una familia la partida de un cónyuge o un hijo. Qué decir de estos últimos que crecen sin tener a su papá o mamá, lo que les distorsiona su vida y abre espacios para que algo más, llene ese vacío.

Mucho más se puede decir para que intentemos ponernos en esa piel, pero hay poco espacio y tiempo. Creo que ahora es momento de determinar las acciones a corto y largo plazo, aunque para el segundo no se tenga mucho tiempo.

En el corto plazo, no nos queda nada más que pedir compasión a las autoridades de los Estados Unidos y que no deporten a los niños, dándose cuenta que muchos son hijos de personas trabajadoras que han llegado a desempeñar los trabajos que la mayoría de americanos no desean. Esa compasión se puede materializar con una petición a la Casa Blanca, por ejemplo.

No se pide compasión para quienes han delinquido, se pide compasión para los millones honrados que son, en gran parte, el sustento de nuestras economías con el envío de sus remesas que permiten mantener el consumismo.

En el largo plazo, pero con reducido margen porque el drama se vive a diario, nos queda poner las barbas en remojo de lo que no hemos hecho aquí. Además de invertir en infraestructura de verdad (no como lo que tenemos, que el aeropuerto es el monumento a la incompetencia y la corrupción) que genere empleo para mucha gente y de apostar a la educación y la salud (y no solo con pactos colectivos que únicamente benefician a los corruptos líderes de los sindicatos, ni tampoco que las innovaciones en la salud pasen por ajustar los contratos abiertos para que los proveedores de medicinas se forren).

Es momento, además, en que el Gobierno pueda empezar a institucionalizar un fondo de apoyo financiero y técnico para todas aquellas familias de migrantes, con el afán que pueda servir de soporte para que tengan acceso a créditos blandos y ello permita que éste se invierta bien, en educación, en casas, en negocios, en capacitaciones, etc.

Si tan solo se dejaran de robar el 10% de todo lo que manejan, de ahí puede salir el fondo y si dejamos la indiferencia, podemos incidir para erradicar las causas de raíz.