El miércoles 25 se abrió en El Túnel la exposición titulada “Del otro lado del mar” que reúne dibujos y pinturas recientes de Juan Francisco Yoc, un artista que hace más de 20 años cruzó el Atlántico y se estableció en Madrid.
Al igual que muchos artistas que descubren su patria en el extranjero, también Juan Francisco Yoc (1960) aprovechó el alejamiento y vio de Guatemala aspectos que desde aquí no se ven, ya sea porque la costumbre nos las esconde o bien porque son tan duras que nos han hecho callo en la sensibilidad. Aparte de eso, allá, al otro lado del mar, en España y Europa, vio y experimentó muchas cosas que enriquecieron los fundamentos de su sensibilidad y de su formación de artista, y lo dotaron, por así decirlo, de otra perspectiva, desde la cual abarca ahora un mundo que, en general, es más grande y más antiguo, y también menos ajeno.
Los más de 20 años vividos al otro lado del mar, lejos de la patria y la familia, no componen un nostálgico anecdotario de casos y cosas, sino que se han incorporado directamente al acervo técnico, a la fineza de la sensibilidad, al conocimiento y la sabiduría y al imaginario profundo donde Juan Francisco moja sus pinceles y afila su oficio preciso y deslumbrante. Su línea, en efecto, ha adquirido el ritmo fluido y suelto de lo alado, que le permite capturar al vuelo el rastro huidizo de una mirada, del viento entre la cabellera alborotada de una deidad mediterránea, los reflejos de la fantasía en la expresión absorta del personaje que sueña despierto y, a veces, entre tanta maravilla, la presencia oscura y torva de los fantasmas del pasado.
Juan Francisco Yoc, en efecto, conserva intactos sus vínculos con la realidad guatemalteca donde, al calor de la guerra interna, se formó en los años 70 en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Su oficio de dibujante y pintor ganó en España no sólo más diversidad y fluidez técnica sino también mayor fundamento conceptual y una amplitud temática que lo definen ahora como un artista maduro, dueño de su oficio, sus emociones y de sus convicciones artísticas y humanas.
Siempre espontánea y precisa, la línea de su dibujo avanza ahora entre sentimientos y conceptos de perfil más definido, que si bien siguen siendo complejos ya no son confusos y obsesivos, y al final se resuelve en imágenes que también siguen siendo tensas y expresivas aunque ahora aparecen como aliviadas de la carga ideológica propia de la gráfica de la tradición local, desde la cual puede parecer contradictorio “el refinamiento en el hilo conceptual, formal, gráfico y pictórico que informa lo que podríamos llamar u obra de madurez, una madurez que en su caso significa la aceptación de su inconformidad y no la renuncia a su rebeldía”.