En este día dedicado al Maestro, conmemorando el aniversario de la muerte de María Chinchilla durante las manifestaciones cívicas reclamando la renuncia del dictador Jorge Ubico, además de pensar en los educadores tenemos que pensar en el tema de la educación en nuestro país porque si en algo hay unanimidad de criterio, al menos del diente al labio, es que la piedra angular de nuestro desarrollo está en la educación de las nuevas generaciones para prepararlas mejor a manera de que puedan optar a mejores condiciones de vida e impulsar el progreso del país.
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Ya no se escucha con tanta frecuencia aquella vieja cantaleta de mediados del siglo pasado, cuando los finqueros y quienes representaban entonces a la “iniciativa privada” sostenían que no valía la pena educar al pueblo porque ello únicamente servía para abrirles los ojos a la prédica de los izquierdistas que fomentaban el resentimiento. Mientras más ignorante se mantenga al pueblo, pensaban esas gentes, menos riesgos de caer en revueltas y revoluciones.
Hoy en día todo mundo admite que la educación es la base del desarrollo nacional, pero aún con ese criterio, estamos perdiendo la apuesta para ofrecer mejor preparación a nuestros niños y jóvenes porque fuera de casos puntuales que son verdaderamente la excepción de la regla, todo el sistema educativo nacional es una basura. No es que únicamente la enseñanza pública haya sido desmantelada por falta no sólo de programas eficientes, sino también por la cooptación del magisterio para convertirlo en brazo político de los gobiernos de turno. También la enseñanza privada presenta deficiencias terribles en la mayoría de casos y así se puede demostrar más con los exámenes de admisión de las Universidades que con las tablas elaboradas por el Ministerio de Educación a partir de exámenes que, como pasa con todo en nuestro país, han terminado amañados porque hay establecimientos en los que se hace una selección de los alumnos que serán sometidos a las pruebas para puntear alto.
Lo inaudito de todo esto es que nadie le pone atención al descalabro del sistema educativo nacional. Un pueblo educado nos permitiría competir mejor en el mundo globalizado, disponer de un mercado interno más amplio con personas capacitadas para el desempeño de oficios y trabajos mejor remunerados y de esa cuenta habría un notable crecimiento económico de mucho beneficio para las empresas y para los ciudadanos en general.
Las autoridades educativas, las que hoy se lucen premiando a los maestros con condecoraciones que sirven para ocultar la realidad de nuestro magisterio y de nuestra política para formar a la niñez y la juventud, no se interesan en absoluto por cambiar las condiciones porque no tienen ni siquiera la presión de un gremio que reclame no sólo mejores condiciones salariales, sino insumos y facilidades para cumplir con el apostolado de la enseñanza.
Las pruebas de rendimiento básico en matemáticas y lectura son una muestra patética de cuán mal anda el país y de las diferencias abismales, que cada vez serán mayores, entre quienes tienen la suerte y la fortuna de recibir una formación de primer mundo, y la mayoría que apenas si aprende a leer, escribir y sumar.