El que nuestras autoridades hayan ido perdiendo la credibilidad de la población ha llegado a tornarse en un problema de primer orden, al punto que digan lo que digan nadie les cree nada a pesar que lo juren a pie juntillas. Dícese que una mentira es una declaración realizada por alguien que cree que es falsa total o parcialmente con la esperanza que la gente la crea, ocultando siempre la realidad en forma parcial o total. También es mentira el acto de simular o fingir. Sabiendo bien que mentir va en contra de los valores y principios de las personas y que la mayoría de veces intensifica el conflicto de que se trate, en vez de atenuarlo.
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Dos hechos recientes pusieron en evidencia lo malo que es la mentira en asuntos importantes en la vida nacional. Como bien sabemos todos, al Organismo Ejecutivo le urge elevar la recaudación fiscal y es tan angustiosa su situación actual, que el presidente Pérez Molina le dio bandera a cuadros a la ilegal idea de contratar a una empresa extranjera para que ejecutara las funciones que propiamente le corresponden a la Superintendencia de Administración Tributaria.
Un partido de oposición fue el primero en destapar el asunto en el Congreso de la República, en donde se negó tal pretensión pero, ante la labor investigadora de los medios de comunicación social, no les quedó más remedio a los jefes de la SAT que salir reconociendo el proyecto, pero insistiendo en que no se pretende sustituir las funciones de esa dependencia, sino tan solo se busca “mejorar” la recaudación, pagándose por ello una comisión sobre la base de los resultados que logren. ¿Eso no es sustituir las funciones inherentes a la SAT?
El otro hecho traído a colación de la mentira es la carrera de moto enduro que el domingo pasado se realizó en las instalaciones del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, cuando en vez de salir las autoridades gubernativas y municipales que autorizaron la realización de ese evento reconociendo que se había hecho en un sitio por demás inadecuado, causándole daños de consideración, los funcionarios dijeron ignorar lo sucedido o no estar enterados de cómo se dio la autorización e imitando a Nadal, campeón español de tenis, terminaron tirándose la pelota unos a otros. Finalmente, quedó ampliamente demostrado que tanto la municipalidad capitalina como las autoridades del Centro Cultural mencionado fueron los responsables del hecho, por lo que ojalá sean sancionadas drásticamente y obligadas a reparar los daños ocasionados.
Ahora cabe preguntar: ¿aparte de ponerse en evidencia, qué ganaron las autoridades que utilizando la mentira, fingiendo o simulando trataron de engañar a la población?