Dicen que finalizando el siglo XIX, los hermanos Lumiére inventaron el cinematógrafo. ¿Cuán llegó el cine a estas latitudes? Vaya usted a saber. Lo cierto es que en Chiquimulilla, cuando gobernaba Jorge Ubico, me contaba mi madre que existió una sala de cine en el inmueble propiedad de don José del Busto, un español que fincó sus intereses en el pueblo y se dedicó al negocio del arroz, con beneficio y todo lo demás. Esta sala tenía un gran escenario y una taquilla formal, como las de los cines de la capital.
Yo todavía conocí esa sala de cine allá por 1946, pero ya no funcionaba como tal, porque al propietario, don Ramón Mena Romo, un ciudadano mexicano que también se vino a formar vida en la costa, Ubico lo fastidió a diario, cobrándole impuestos inexistentes, quizá por ser mexicano, al extremo de obligarlo a cerrar su empresa. Ya en 1946, don Chepe del Busto prestaba la sala para la velada escolar de fin de año, pero el cine ya no funcionaba y después la sala terminó siendo una bodega para almacenar arroz. Posteriormente, cuando el Cine Mena ya era historia, apareció otro empresario: don Ramón Alemán, quien organizó también su empresa de cine y se llamaba el Cine Alemán, sólo que él, como acostumbran los sencillos circos que aún andan ambulantes en pueblos y aldeas del territorio nacional, rodeaba la sala del espectáculo con una larga franja de manta y la gente se sentaba en sillas plegadizas, de madera, que le alquilaba don Lencho Colindres. Curiosamente estos empresarios tenían el mismo nombre: Ramón Mena y Ramón Alemán. Sólo que este último tenía que sufrir la picardías de nosotros los patojos de entonces, porque cuando su esposa y colaboradora, la Nía Chagua, se descuidaba, uno levantaba la manta y se colaba arrastrándose hasta un lugar en donde se pudiera ver la película. Como en ese tiempo no había luz pública, ésta llegó hasta 1949, don Ramón Alemán compró un motorón reconstruido y así podía montar su espectáculo. El problema era que el tal motor se calentaba a cada rato y quemaba el celuloide y entonces uno veía que iba apareciendo una mancha, como célula nerviosa, que se extendía hasta interrumpir la película. Don Ramón se inventó un procedimiento para resolver el calentamiento y era darle un gran sombrero a la Nía Chagua, como esos de músico de mariachi, para que soplara y enfriara el motor, y así todos los asistentes fueron acuñando una forma de protestar cuando se daba el desperfecto y consistía en gritar: ¡Que sople la Nía Chagua! Un problema irresoluble era que el cine era mudo y entonces uno tenía que ir leyendo los diálogos, lo cual era una tragedia con tanto analfabetismo. Aunque muchos se fueron a inscribir a la nocturna para poder saber que decían los personajes de las películas. Otro problema era cómo darle ánimo al espectáculo. Entonces, don Ramón contrató al conjunto de marimba Alma Tropical, de don Lencho Colindres, para que amenizara durante toda la película. Y no era sólo de tocar por tocar cualquier pieza; era necesario que la melodía estuviera acorde con el tema: Cuando era un baile, la marimba tocaba Reír Llorando, la Flor del Café o Dios Nunca Muere; si se trataba de que el traidito –Hopalong Cassidy, Tin Mccoy o Gene Autry– iban encarrerados en sus caballos siguiendo bandidos o apaches, era necesaria La Calle 12 o cualquier corrido mexicano; y si un avión de la Primera Guerra Mundial pasaba disparando, el redoblante tenía que hacerse escuchar para simular el ruido de las ametralladoras. Por eso los de la marimba veían primero la lica, para saber cómo acompañar en el momento oportuno. Y me contaba una vez el Coronel Ruiz, originario de la Antigua Guatemala, que en su tiempo también el cine de la Ciudad Colonial se acompañaba con marimba. Como ven ustedes, asistir a un cine mudo, quería mucha imaginación. Y ya existían los negocios colaterales, pues en el intermedio, la Nía Chagua llenaba una mesa de tostadas y franceses con frijoles, de manera que, en forma más sencilla, es lo mismo que ahora. Y podemos decir que sólo allí había cine, pues cuando había función, venía gente de Guazacapán, Taxisco y los de a caballo que vivían en finca y en la aldea Los Cerritos ¡Era muy romántico el cine mudo!
NOTA DE LA DIRECCIÓN: Como bien dice el doctor René Villegas Lara, recordando al desaparecido Alfonso Enrique Barrientos, “siempre hay diablillos en las salas de montaje de los periódicos que confunden los naipes” y ayer nos jugaron una mala pasada porque el artículo El Cine Mudo, de las Prosas Mundanas de René, apareció como parte de los Temas Constitucionales de Víctor Hugo Godoy. Pedimos disculpas a René y a los lectores. No a Víctor Hugo porque se le atribuyó un artículo de muchos quilates y la pena es decir que no era suyo.
Hoy lo publicamos como debe ser.