La noción de pobreza alude a la imposibilidad económica de satisfacer cierto tipo de necesidades materiales más o menos prescindibles, que afectan marcadamente la calidad de vida, pero no por ello se sufre la “indignidad humana”. El pobre vive “apretado y con lo estrictamente básico”. La miseria en cambio, viene a ser como una pobreza extrema y dramática, sin certeza de trabajo, de atención médica, de educación, de habitación y agua potable, vulnerando ahí sí, en mayor o menor medida, aquella “dignidad humana”.
Pobreza siempre ha habido, hay y habrá, incluso en las sociedades más desarrolladas: Suecia, Canadá, Nueva Zelanda etc., porque sucede frecuentemente que algunos prefieren serlo, antes que asumir ciertos compromisos para salir de ella. Pero el caso de la miseria suele ser bastante más complejo y su solución lógicamente también lo es. Es sobre estos miserables que nos queremos referir hoy, aunque los llamaremos en adelante “pobres”, que es como los conocemos en Guatemala.
Otro concepto interesante es el de “dignidad humana” mismo que en los últimos 30 años ha ganado en complejidad y relativismo. Por ejemplo, la vida “digna” del hombre parisino del S. XIX no es la misma que la del parisino de hoy. Algo parecido sucede con la idea de “analfabetismo”. Según NN.UU. ahora es analfabeta funcional quien no usa computadora. Pero hay otro problema con este asunto de los pobres.
Es una realidad innegable que existen pueblos y culturas que desde su más auténtica raíz idiosincrática, difieren en el orden de prioridades y en lo que es la idea de dignidad misma. Lo que para algunos es dignificante, para otros deviene totalmente innecesario e incluso ridículo. Es el caso, por ejemplo, de algunos gitanos, algunos indígenas, algunas culturas africanas, etc., entre quienes la forma de vivir es relativa a su forma de ver el mundo (cosmovisión). He ahí precisamente, por qué la idea de lo “pluriculturalidad” y “multilingüe” no resulta para nada un facilitador para el desarrollo. Cada “cosmovisión” interpreta la vida, el mundo e incluso la misma idea de dignidad de forma distinta.
Tales culturas, aun cuando pudieran acceder a ciertos bienes, que para algunos occidentales son importantísimos, prescinden de ellos sin sentirse desgraciados ni mucho menos. Hay entre ellos quienes se sienten y viven bien, “dignamente” e incluso felizmente, en su rancho sin agua entubada y sin escuela cercana para la prole, pero con una fuente inagotable de leña, una milpa, gallinas, etc. ¿Desde y hasta dónde entonces, la acción del Estado para proveer una vida “digna”? ¿Cómo establecer un factor de referencia y una “política de Estado” cuando existe semejante heterogeneidad cultural e idiosincrática?
En este sentido, –y sólo por mencionar algunos ejemplos–, están los pobres que no se sienten pobres pero lo son; también los que no lo son pero se creen; otros que son pobres y se sienten miserables o viceversa. Hay pobres que incluso se ufanan de serlo. Están los pobres aprovechados, los pobres pedigüeños y los pobres ladrones. Están los que pronto ya no serán pobres y los que en poco tiempo pasarán a serlo. Está el pobre abusivo y el considerado; el que orina descaradamente en público y el decente; el patán y el refinado. Están los limpios y los sucios, los ordenados y los desastrosos. Están los pobres acomplejados y también los dignos, los resentidos, los resignados; los de ciudad, los de campo, etc.
Están los acomodados y los no resignados; los que toman y los que no; los que se pelean entre sí y los que se ayudan. Los que alcoholizados encargan hijos y los que planifican para que sus hijos sean mejores que ellos. Los que son buenos padres y buenos hijos, y por supuesto, ¡también están los que son una calamidad para absolutamente todo y todos! ¿A todos por igual la ayuda?
Es imprescindible una “Política de Estado” sostenible en materia de asistencia social, para establecer a cuáles pobres se ayuda, cómo y hasta cuándo. La ayuda debe ser temporal, condicionada y controlada estadísticamente en su evolución y progreso. ¡Debe ser exitosa sin excepción y con responsables con nombre y apellido!
La política de regalar sin más, no resuelve el problema de fondo y malacostumbra a la gente a seguir pidiendo para luego ¡exigir más! Finalmente paran considerando la ayuda, como “un derecho”, ¡claro! mientras tienen más hijos…
¡Esos son además de miserables, pobres de espíritu y de consciencia!