Hace 150 años nació Alois Alzheimer


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Un hombre viejo deambula de noche por la casa. Lleva puestas cinco camisas y los bolsillos llenos de vajilla y toallas con los que quiere ir a la escuela.

VON SABINE DOBEL Múnich /Agencia DPA

Una mujer toma dos litros de detergente y sobrevive a duras penas. El diagnóstico en ambos casos: Alzheimer, un tipo de demencia bautizada por su descubridor, el médico alemán que nació hace 150 años.

   Unas 44 millones de personas padecen en el mundo de esta dolencia que se expande junto con la mayor expectativa de vida en muchos países. En 2030 se espera que la cifra aumente a casi 76 millones y en 2050 hasta los 130 millones, según cifras de fines de 2013 de la Alzheimer’s Disease International (ADI).

Pero cuando el neurólogo y psiquiatra Alois Alzheimer descubrió hace poco más de cien años por primera vez anomalías en el cerebro de su paciente demente Auguste Deter pensó que se trataba de una patología muy rara.

Nacido en Marktbreit, en el sur de Alemania, el hijo del notario Eduard Alzheimer y su mujer Theresia estudió medicina en Berlín, Tubinga y Würzburg. Posteriormente asumió un cargo de asistente en un hospital psiquiátrico de Fráncfort. El caso de Auguste Deter lo atrapó.

   «¿Cómo se llama?» – «Auguste» – «¿Apellido?» – «Auguste» – «¿Cómo se llama su marido?» – «Creo que Auguste». Este diálogo entró en los anales de la medicina mundial.

   Auguste fue llevada en 1901 por su marido al hospital. Estaba confundida y desorientada y sólo tenía 51 años. Por lo demás estaba sana y no se detectaba ningún trauma psíquico. La pérdida de memoria planteaba un enigma para los médicos. Alzheimer documentó sus conversaciones y observaciones en 31 páginas.

   Alzheimer perdió de vista a Auguste al dejar Fráncfort para asumir la dirección del labotario de anatomía del cerebro de la Clínica Psiquiátrica Real de Múnich. Tras la muerte de la mujer, el 8 de abril de 1906, pidió a su antiguo jefe que le enviase el cerebro para un estudio microscópico. Y descubrió un sinnúmero de neuronas dañadas y unas extrañas placas en la corteza cerebral.

Medio año más tarde expuso en la 37 Asociación de Psiquiatras del Sur de Alemania su trabajo «Sobre un proceso patológico peculiar grave de la corteza cerebral».

   Sus colegas lo tomaron como algo curioso. En ese entonces estaba de moda investigar el cerebro. Muchos médicos examinaban tejido cerebral en el microscopio, marcaban estructuras con color y describían mutaciones. Alzheimer fue el primero que asoció las costras con la pérdida de memoria en una paciente relativamente joven.

   Hoy, los científicos creen que esta enfermedad que suele comenzar tras los 65 años de vida se origina por la gradual acumulación y precipitación anormal de péptido beta-amiloide, un producto natural del metabolismo. Las neuronas se mueren y los afectados buscan desesperadamente las palabras sin hallarlas y dejan de reconocer a los suyos.

   Los parientes suelen encontrar montañas de papeles, anotaciones como «¡Cuidado!», «Preguntar a Lisa» o «Max está muerto», señala Susanna Saxl, de la Sociedad Alemana de Alzheimer. Con asiduidad se encuentra la misma anotación en muchos papeles, una señal de la desesperación del enfermo.

   Todavía no se sabe cuáles son las causas de esta demencia. Se dice que el estilo de vida y la alimentación juegan un papel así como la acumulación de conmociones cerebrales en algunas disciplinas deportivas como el boxeo. Los estudios también han revelado la existencia de una cierta predisposición genética.

   «Hay muchos factores que determinan las causas», señala el psiquiatra de Múnich Timo Grimmer. «La gente es más sana y más longeva y con ello aumenta la posibilidad de sufrir esta enfermedad».

   La veloz multiplicación de casos ha desatado las alarmas entre los médicos. «En algún momento se llega a un punto en que no se puede controlar más una endemia que afecta a millones».

   Los médicos cifran sus esperanzas en nuevas terapias. Hasta ahora, los medicamentos solo pueden paliar los síntomas. En la época de Alzheimer, los afectados eran metidos en manicomios, pero hoy los expertos reclaman una mayor participación de la sociedad. «El modelo del futuro tiene que ser que las personas sean más solidarias entre sí», dice Grimmer.

   «Tenemos que idear planes a nivel social», dice Saxl. Según la OMS, en el mundo hay unos 35,6 millones de personas que padecen demencia, y cada año se registran 7,7 millones de nuevos casos. «Necesitamos una sociedad que se ocupe de la gente. Esto empieza con la señora mayor que compra cada tres días diez panecillos, o el cliente del banco que retira grandes sumas de dinero».

Lo que muchas veces acaba con la intervención de la policía podría solucionarse si el vendedor o el empleado del banco saben que su cliente tiene Alzheimer. «Tenemos que aprender a convivir con la gente con demencia, no mirar al costado o alejarse».

   Con frecuencia son los propios enfermos los que miran hacia otro lado. El olvido les causa miedo y vergüenza. También Alzheimer vio desconfianza, rechazo y desesperación en su paciente Auguste, que le confesó en sus charlas: «Me he olvidado a mí misma».

   Alzheimer hablaba de la «enfermedad del olvido» para describir esta demencia que fue bautizada con su nombre a su muerte. El neurólogo y psiquiatra falleció en 1951 a los 51 años, más joven que su famosa paciente.