Los diferentes ejercicios de gobierno pasan por sus alzas y bajas. El actual régimen no es la excepción. Sin embargo, no habíamos conocido una situación tan difícil como la actual, fuera del intento de rompimiento de Serrano Elías. Y acá es donde surge la primera parte de la pregunta de mi artículo, hasta dónde puede el poder llegar a convertirse en una cuestión perversa.
El encanto del poder puede llevar a cualquier persona a perder su relación con la realidad, esa fascinación por ordenar y ver que se cumplen las cosas; ese gusto por tomar decisiones en donde nadie contradice; esa magia que produce convertirse en el centro de atención; ese gusto que se obtiene por el reconocimiento permanente; por el halago gratuito; esa capacidad indiscutible de destituir a cualquier empleado o funcionario díscolo o arremeter contra cualquier oposición.
En el ejercicio del poder el Presidente Pérez y su Vice pensaron en un principio, pero muy en el principio, que desarrollarían un buen gobierno, con medidas certeras, con decisiones trascendentales, con cambios en el futuro del país, pero, ellos también lo saben, que eso quedó atrás. Hoy la carrera impone medidas perversas; mentiras permanentes, acuerdos sin fondo; quedar bien con las élites -principalmente el grupo mayor-, y defender a las transnacionales, contra esos “grupos resentidos”, como ellos los llaman.
Pero el poder de la perversión es aún mayor, cuando se intenta, como lo hace el actual gobernante, convertir el poder en actitud perversa, en donde pretende ampliar su mandato con una ligereza extraordinario, respaldado por una de las élites económicas y sabiendo que se puede arreglar en el Congreso, direccionar al Organismo Judicial y, parafraseando aquel viejo comercial de tarjetas de crédito, “para todo lo demás existe la CC”, ente que los libra y los salva de ese embate de pretender justicia transicional o bien justicia para los corruptos.
Ahora la perversión del poder se explica en tanto un régimen ha prácticamente caducado su gestión, ha hipotecado cualquier posibilidad de reforma; ha abandonado la pretensión de concluir proyectos para el futuro, enfrascado en una vorágine absurda por el enriquecimiento ilícito; la pretensión también absurda de copar todos los espacios de poder, no importa si se viola la independencia de poderes, acá lo que hay que asegurar es que tengan problemas posteriores por su ejercicio de gobierno caracterizado por la opacidad.
La perversión del poder de este régimen se centra en negar todo lo malo y magnificar lo bueno; se pondera en responder preguntas fáciles y evitar aquellas que ponen en aprietos para el gobernante; en empezar a explicar su vinculación empresarial para justificar sus nuevas fortunas; en arreglarse contratos como el último del BCIE, en donde con la connivencia de un organismo regional se hace una movida chueca con nombre y apellido incluido; en actitudes de dignidad pero vacías de contenido, ante las denuncias de organismos internacionales serios sobre el fracaso de su actual régimen; en sus arrebatos para decir que la denuncia de violación de la Constitución “es una payasada”.
La perversión del poder de este gobierno deja una sensación de vacío, de duda, de insensatez permanente que es imprescindible denunciar y reconocer que estamos ante un escenario sumamente delicado para la democracia y que seguir en esa senda únicamente nos conduce al naufragio. Los cambios y las reformas que hay que enfrentar y realizar, apuntan a cambiar todo lo que está podrido y no a preservarlo a toda costa y peor aún, bajo formas perversas e ilegales.