No cabe duda que la oligarquía tiene su propio santoral y el último elevado a los altares ha sido Edwin Sperisen. Pero si la Iglesia Católica, a través de la Congregación para las Causas de los Santos, cuenta con “abogados del Diablo” que ponen en discusión y cuestionan los milagros de los venerables, los poderosos canonizan sin mayor trámite.
Así habló Fritz García-Gallont recientemente al declarar que Sperisen es incapaz de matar. “Lo conozco bien. Es un hombre con sentimientos nobles, con principios bien fundamentados e incapaz de hacerle daño a nadie. Mucho menos de matar a alguien”. O sea, se refirió a un arcángel, un mensajero enviado del cielo para hacer justicia entre tanta iniquidad terrena.
Seguidamente, aparecieron los demás parroquianos que aclamaron las virtudes del santo y elevaron el grito de “santo súbito”. Tal fue el caso de un columnista que lo declaró héroe y dejó entrever que por lo que ahora sufre es un mártir. Los malditos son los suizos que ciegos pretenden mandar a la hoguera a un hombre que solo quería el bienestar del país. Limpiar la sociedad de tanta lacra.
Decía Calvino que el Diablo también tiene sus milagros. Y es eso justamente lo que intenta hacer el gran capital, construir una verdad, inventar un imaginario y hacernos creer la inocencia de sus miembros. Ellos suelen ser maniqueos. Los demás son malvados, injustos e inicuos; sus amigos, inmaculados, santos y mártires.
Su labor es infatigable y casi imposible por lo que usan todos los medios para convencernos de sus posiciones: la radio, la prensa, la televisión y las universidades. Desde esos espacios condenan, canonizan y se muestran infalibles en sus posiciones. Son toda una religión.
Concluyamos. Afirmar que Sperisen es un “héroe (que) se transformó en monstruo, y ahora va a juicio en un tribunal enteramente dedicado a los “derechos humanos”, y será condenado en un país que no sabe nada de la realidad de Ginebra”, es una muestra más del ánimo que tiene el conservadurismo nacional por defender lo indefendible.