Si algo debieran hacer las aldeanas y surrealistas sociedades centroamericanas, y principalmente sus líderes mediáticos es ponerle atención al revuelo que viene causando la publicación del libro de Thomas Piketty, El Capital en el Siglo Veintiuno, en el mundo desarrollado.
Como lo hacen ver las opiniones de los más destacados expertos del mundo económico y político en esos lares, uno de los méritos que tiene el libro del economista de la Universidad de París, aparte de la rigurosa utilización de los datos históricos, es el manejo de un lenguaje fluido y sincero para referirse a procesos áridos y controversiales del mundo social.
Para nuestro medio el libro es revelador, ahora que se evalúa el bajo impacto en el empleo digno de la inversión extranjera, principalmente en la minería, y también cuando el Congreso se prepara a la aprobación de una presunta “Ley de Inversión y Empleo”, que no es sino allanar el camino para una mayor desigualdad social. Y es que Piketty recomienda claramente impuestos directos a los más ricos.
El francés demuestra que el proceso de conformación de activos, léase fincas, plantas industriales, edificios, viviendas y demás, resulta del concurso de dos grupos sociales muy bien identificados: los capitalistas y los trabajadores asalariados. Así, una fórmula que es toda una identidad gobierna nuestro mundo: el ingreso nacional se reparte entre la retribución al capital y el salario, y si la primera crece más que la economía la desigualdad se dispara.
Luego de escudriñar cómo se produjo esa repartición en Francia, Inglaterra y Alemania, con amenos ejemplos de novelas de Balzac y Jane Austen, en donde conviven los capitalistas e inversionistas de la época con los empobrecidos asalariados, que también son los protagonistas de las novelas de Charles Dickens, Piketty se pasa al otro lado del charco para analizar las realidades históricas de los Estados Unidos y Canadá.
En relación con los Estados Unidos y su historia, el autor pasa al análisis de las peculiaridades propias de dicho país, consistentes en la utilización de grandes extensiones de tierra y de una gran cantidad de esclavos, que contribuyeron a la acumulación de capital, siendo que estos ciudadanos de segunda clase en 1800 eran cerca del 20 por ciento de la población.
Algunas conjeturas peculiares debiéramos utilizar para analizar cómo se forma el capital en nuestra sociedad, y es que por aquí, si bien no hay esclavitud, existen ciudadanos no asalariados, que se enfrentan al mundo con gran inseguridad y que se constituyen en más del 70 por ciento de la Población Económicamente Activa, y que se conocen como la economía informal.
Los informales de hoy equivalen a los esclavos de 1800: contribuyen a realizar el capital, venden los productos de importadores e industriales, lavan los carros y la ropa en casas y empresas, y carecen de los estándares mínimos de seguridad económica, aportando así un menor costo al capital para realizarse, y por lo tanto ampliando la rentabilidad de éste y provocando una desigualdad creciente que le otorga una fisonomía muy especial a toda la estructura social.
El libro en cuestión invita entonces a investigar los temas de población, ingreso y empleo como los temas centrales de la discusión económica y social.