La conflictividad social y la actividad económica indudablemente van de la mano, y aunque pareciera que tendría que existir una relación inversa entre estas dos variables, en la actualidad se demuestra que no ocurre de la forma que se espera. La región latinoamericana está plagada de ejemplos y contraejemplos de lo que representa la conflictividad social en el marco del crecimiento de la actividad económica, demostrando que mientras aumenta exponencialmente esta última, también lo hacen los niveles de conflictividad social; es decir, que se comportan de la misma manera.
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El ejemplo más reciente y publicitado en los distintos medios de comunicación, es el caso brasileño. Desde que esta potencia económica sudamericana fue elegida para organizar el Mundial de la FIFA 2014 y posteriormente los Juegos Olímpicos 2016, se sabía y proyectaba que estos años estarían marcados por un crecimiento económico considerable, en donde las grandes mayorías supuestamente saldrían beneficiadas directa o indirectamente, derivado de estas actividades que se traducirían en mayor cantidad de empleos y mejora del nivel de vida en casi la totalidad de ámbitos.
Todo parecía color de rosa y esperanzador hace algunos años cuando estas designaciones se anunciaban. Sin embargo, la realidad actual es otra, puesto que las amenazas para sabotear las actividades del Mundial están cada día más latentes y la tensión se intensifica con la proximidad del inicio.
Como bien lo mencionó un jugador de la selección española, al calificar de incomprensible lo que sucede en Brasil. Porque según él deberían estar ovacionando las fiestas deportivas que se acercan en ese país, pero más allá de ello, celebrando el empuje económico que esto representa para una economía emergente que busca canalizar todo su potencial en este tipo de eventos.
Así podríamos seguir describiendo lo que pasa en Brasil en el contexto del próximo Mundial, pero no debemos olvidar que este es uno de muchos casos de conflictividad social, que si lo vemos desde las perspectivas preliminares, concluiremos que también se trata de situaciones similares. Lo anterior hace mucha referencia a lo que pasa en Guatemala, con todo lo relacionado a los proyectos de explotación de minerales y construcción de hidroeléctricas.
Cualquiera que esté dotado del denominado “sentido común” podría expresar que es una locura lo que hacen las comunidades al oponerse a todo este tipo de inversiones en el país, porque representa oportunidades de desarrollo, que entre otras cosas, generarán energía limpia y dividendos para el Gobierno. Es tan contradictorio que esto pase, pero no hay duda alguna que existe una relación intrínseca entre los casos brasileños, guatemaltecos y en general los que ocasionan conflictividad social en la región y el mundo entero.
Se puede concluir que la relación inversamente proporcional entre crecimiento económico y conflictividad social es un escenario teórico, porque entre mayor es el crecimiento también se eleva la conflictividad social. Esto tiene múltiples explicaciones, pero, la más condensada es que lo único que se hace es socializar los costos y privatizar las ganancias en estas actividades, es por eso que será casi imposible revertir estos escenarios, porque mientras algunos sectores obtienen el mayor ingreso marginal de las inversiones la contraparte recibe el mayor costo marginal.