Si se quitan los candados


Luis-Fernandez-Molina_

Si se quitan los candados quedarán abiertas las puertas y expuesta el arca sagrada de nuestra alianza ciudadana; la Constitución como indefensa doncella estará a merced de los políticos oportunistas que, como lobos de Gubia, tendrán entonces mayores incentivos para hacerse con el poder. Un poder que sin bridas irá asfixiando toda oposición. Tal ha sido la triste historia de nuestra Guatemala y por ello se plasman las limitaciones en el ejercicio del mandato así como a la reelección. Más allá de la norma escrita tal es el espíritu de la Constitución.

Luis Fernández Molina


Si se quitan los candados podríamos tener un presidente vitalicio ¿Por qué no si el Congreso lo aprueba y el pueblo “lo refrenda”? Se levantarán de sus cenizas, como Ave Fénix con plumaje de buitre, aquellos recuerdos del pasado cuya ominosa sombra se proyectaría por las próximas décadas.

Si se quitan los candados no habrá justificación para impugnar el retorno de Serrano, de Portillo, Arzú o Colom. De hecho hace pocos años hubo una iniciativa para la reelección, hasta textos “jurídicos” se imprimieron. El próximo gobernante podría, desde el inicio de su mandato (y no al ocaso) plantear la reforma y nos ofrecería un estanque de pirañas.

 La Constitución como delicada princesa necesita de protectores. ¿Quiénes son? Pues nada más y nada menos que aquellos ciudadanos que la propia Constitución encumbra a puestos de relevancia, quienes juran defender la Constitución la que condena la mera mención de prórroga.  Son por ende sus depositarios y sus primeros guardianes. La reducción del período constitucional, no está vedada ni en el texto ni en el espíritu; es lo contrario lo que se teme: la perpetuación en el poder. Por eso los guatemaltecos confiamos en la custodia que hacen las más altas autoridades; es impensable recrear la fábula en que se encarga a la comadreja el cuidado de las gallinas. ¡Tu quoque fili mi!

La Constitución no es inmutable, de hecho contempla su propia reforma y desde una perspectiva ontológica cabría hasta la posibilidad de considerar amplificar el plazo. Pero ese debate no deben promoverlo las autoridades depositarias de la vigente Constitución, debe provenir de sectores académicos, ciudadanos y aún de políticos pero que no tengan interés directo en determinado resultado.

La Constitución debe respaldarse y por ello se conmemora, apropiadamente, cada aniversario el 30 de mayo. Llamó la atención que todos los discursos se orientaran a la reforma. ¿Por qué?  Comentarios acaso válidos pero expuestos en un contexto equívoco. Faltó tino.

El texto constitucional está allí a la vista y disposición de todos. Pronto, nuevas autoridades –magistrados,  diputados, alcaldes—van a tomar posesión y deberán jurar sobre esa misma Constitución, esto es, empeñarán su honor: “El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones” (Seattle). Todos esos aspirantes aceptan que las reglas del juego están plasmadas claramente en el texto constitucional como está. Si algo no les parece, el plazo por ejemplo, que lo hagan valer ahora que no están en cargos; que lo reclamen como un cambio necesario para un futuro porque si toman posesión lo harán sobre esta Constitución.

Si se quitan los candados se abrirá un período de anarquía y lucha descarnada por el poder. Los candados son las leyes y “sin las leyes (justicia) ¿qué serían los reinos sino grandes latrocinios?” (San Agustín).  Finalmente viendo cómo ha despertado el interés (¿la codicia?) y conociendo la idiosincrasia de nuestra gente, llego a la conclusión que  tenían mucha razón los constituyentes, y la reforma del 94, de establecer en 4 años improrrogables los respectivos períodos.