No es nada nuevo enterarse que existen políticos que se empeñan en perpetuarse en el ejercicio del poder, fuera extendiendo el período para el cual fueron electos o que después de haber degustado de sus mieles, no se les quite de la cabeza la idea de volver. Digo esto al escuchar que es “sano” abrir el debate o la discusión del asunto, importándoles muy poco que las dos situaciones significan transgredir una pétrea prohibición consignada en la Constitución Política vigente y por lo tanto, el solo pensarlo, no digamos discutirlo, los transforme en delincuentes.
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Si lo anterior lo vemos bajo la óptica del deseo de servir a su comunidad nos parece plausible. Sin embargo, teniendo la edad suficiente para ya no creer en cantos de sirena, bien sabemos que tal deseo no existe y que solo los motiva el insano propósito de seguir satisfaciendo intereses personales. ¿Será cierta entonces la premisa que el poder marea y que en ciertos casos es tan fuerte que llega a alterar de tal manera la función cerebral y personalidad, que nubla la vista y el ser humano deja de ser racional hasta el punto de perder la lógica o el buen criterio?
Conociendo la naturaleza humana es que en materia empresarial como en el ámbito político se inventaron las encuestas, también llamadas investigaciones de opinión, que no son otra cosa que instrumentos para poder comprobar o corroborar que sus ideas, criterios o preferencias no están equivocados. De ahí que pregunte: ¿habrán realizado estas mediciones para que después no se lleven la tremenda sorpresa que la población sea la primera en rechazar sus pretensiones? La sola evaluación de la pérdida de simpatía que han obtenido los expresidentes al terminar su mandato, debiera bastarles para percatarse que su retorno al poder sería cuesta arriba y, en el caso del actual gobernante, por haber fallado al cumplimiento de sus promesas electorales ahora, la gente esté contando los días que le faltan para terminar el período para el que fue electo.
Además de lo anterior y en todo caso, hay que tener presente una característica clave que determina con superior importancia la aceptación o el rechazo que puedan tener los políticos. Hablo de la capacidad que tienen ciertas personas para motivar o suscitar la admiración de sus seguidores gracias a una supuesta cualidad de magnetismo personal que se llama “carisma” lo que se origina del conjunto de comportamientos o rasgos demostrados a través de su desempeño. De ahí que cualquier conocedor del mercadeo político les haría la pregunta: ¿ya se percataron que al carecer del magnetismo indispensable el solo tener la pretensión constituye un tremendo abuso de poder?