El pasado fin de semana en la Asociación de Periodistas de Guatemala se realizó un acto en el que se hizo entrega de su libro de poemas “Recuerdos del Olvido” al colega y amigo Eduardo P. Villatoro quien festejó cincuenta años de ser periodista y a quien recuerdo en mis primeros trabajos en este oficio, cubriendo las fuentes noticiosas del Centro Cívico con los consejos que el joven pero experimentado reportero de El Imparcial me ofrecía para no andar como baboso en ese ajetreo cotidiano.
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Luego tuve la suerte de trabajar con él en la Municipalidad de Guatemala en las administraciones de Manuel Colom Argueta y Leonel Ponciano, cimentando una amistad que ha perdurado a través de los años gracias a buena afinidad en los puntos de vista, en el dolor que nos causa la injusticia y la desazón que nos provocan situaciones en las que, como dice Guayo en su Carta a Guatemala, tengamos que decir “¡Qué pena, Guatemala, no poder llamarte sin omitir las dos últimas sílabas de tu nombre.”
Los lectores de La Hora conocen perfectamente la historia de Guayo, desde sus orígenes en la villa de Tejutla bajo la cariñosa tutela de su madre y guía, María Olimpia Villatoro, hasta nuestros días pasando por décadas enteras dedicadas al periodismo de alto nivel, su dedicación al estudio del derecho y su papel de burócrata manejando e informando las cifras macroeconómicas que proporcionaba el Banco de Guatemala. Ni qué decir de su paso por la Comisión Nacional de Reconciliación en donde trabajó con monseñor Rodolfo Quezada Toruño quien le convirtió en su mano derecha no obstante haber sido religiosamente “hermanos separados”.
Y es que en La Hora Guayo ha dado rienda suelta a sus vivencias y creencias, cargadas todas ellas de principios; a sus talentos para lo que antes se llamó el uso de la pluma y que ahora trastocó en el uso del teclado sobre el que vuelan los dedos soltando el torrente de ideas que queremos plasmar como opinión y que muchas veces termina siendo desahogo ante el dolor que causa ver a nuestra patria sin norte ni horizonte. Sus lectores han aprendido a valorar no sólo su tremendo sentido del humor, que le rempuja a Romualdo, sino su vertical compromiso con aquella patria que, como decía Julio Fausto Aguilera, hemos ansiado durante tanto tiempo.
Pues bien, después de tan larga introducción, tengo que decir que de una sentada me volé el libro de Eduardo, muy bien presentado por la Editorial Shecana, que contiene parte de su producción de poemas y disfruté la cadenciosa sucesión de palabras para manifestar tantas ideas, para rendir homenajes más que merecidos a amigos comunes tan queridos como los mártires Manuel Colom Argueta, Rolando Andrade Peña y Mario Monterroso Armas, con quienes compartimos experiencias y compromisos durante nuestra convivencia en la Municipalidad de Guatemala.
Reflexionar a través de la poesía es una de las formas más gratas y placenteras de hacerlo cuando el verso es bien logrado y eso pasa en cada una de las poesías seleccionadas para encontrar cobijo en los “Recuerdos del Olvido”, una obra que vale la pena leer y releer porque tiene poemas que cuanto más se leen, más se aprecian y disfrutan.