En 1798, Thomas Malthus, en su reconocida obra, “Ensayo Sobre los Principios de la Población”, profetizó la pobreza de la gran masa de los seres humanos, como resultado inevitable de esa tendencia de la humanidad a reproducirse más rápidamente que las posibilidades, no recoger, sino de producir alimento.
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Esa pobreza de la gran cantidad de los seres humanos, ya la hemos estado viviendo en Guatemala desde hace muchísimo tiempo. Otra cosa es que nos hayamos vergonzosamente acostumbrado a ella. La cauda de muertos por todas las variables de la desnutrición, sea crónica o aguda, son numerosísimas y desmoralizantes.
Es difícil definir “pobreza” y por añadidura lo mismo ocurre con la idea de “pobre”, pero es necesario recalcar que la “irresponsabilidad” siempre deberá estar en cualquiera de las definiciones de todos los tipos de pobreza, porque tanto el pobre, como los gobiernos en nombre del Estado, han actuado irresponsable cuando no criminalmente.
Ese pobre, y esto parece ser cada vez más evidente, prefiere verse a sí mismo como una víctima de las circunstancias, quizás en buena medida azuzado por los agitadores de siempre, lo que sin duda es válido pero solamente en un muy bajo porcentaje de los casos. Y aunque el sistema y la historia no han sido precisamente un ejemplo de equidad y justicia, también cabe de sobra decir, que la falta de educación, pocas veces será una excusa plena y válida. Puede ser que se nos venga un hijo o dos, sin pedirlos, pero… 8, 10, 12, 14, 16, o más… son, digan lo que digan, pura irresponsabilidad y un crimen con el que el Estado y las iglesias, ¡nunca han querido pronunciarse ni actuar como se debe!
Si sirve de algo el ejemplo, en los años 70 vivimos directamente la experiencia maravillosa de la ciencia apícola. Comprobamos que el ritmo de la naturaleza y su ciclo alternante en la producción del néctar en las flores, daba la pauta para esperar o no, un crecimiento en la población de las asombrosas abejas. Vimos cómo instintivamente el insecto actuaba coherentemente reproduciéndose sólo en función de la producción de néctar y polen en el campo. El animal, concluimos, no se reproduce si no hay garantía de alimento. Pero el hombre pobre, sí lo hace, y, ¡he ahí pues!
El problema con este tipo predominante de pobres, –porque no sucede con todos–, es su forma irresponsable de sentir, pensar y reproducirse, y representa el típico problema cultural-generacional. No es un problema nuevo ni exclusivo de Guatemala y sí existen soluciones para resolverlo, claro, si hubiera decencia política para hacerlo.
No atender las causas de la pobreza con la urgencia, en la escala y con la voluntad necesarias, es esperar cobarde y dolosamente un estallido social que nadie desea, en el que nadie ganará y con el que toda familia guatemalteca enlutará.
¿Qué hacer? ¡Políticas de Estado!
Una política de Estado es, en pocas palabras, un conjunto de medidas y acciones de dos o más gobiernos, para alcanzar una o más metas de forma calculada y sostenible, idóneamente, como parte de un “proyecto de nación”, que es mucho más comprendedor.
Las políticas de gobierno ya sabemos que son irresponsables porque el sistema no sólo no les deduce responsabilidad sino, además, porque carecen de propósitos predeterminados y cuantificados en su administración. ¡Representan el circo mientras se vacían las arcas!
En cambio, –la política de Estado–, por obedecer a un interés de nación que trasciende a los gobiernos, es celosa, efectiva, permanente y sistemáticamente controlada, en sus resultados y puntuales cumplimientos.
Por ello, deben ser políticas de Estado las relativas a la vivienda, la educación, la salud, la seguridad, el agua, el trabajo, pero especialmente la demografía.
Estamos hablando de males sociales crónicos causados por la irresponsabilidad en la procreación y por la ausencia de la planificación de los gobiernos de turno, carentes de honradez, capacidad y determinación.
Por supuesto que, –esperar de esa también irresponsable especie política–, tales políticas de Estado obedezcan, además, a un estudiado y pormenorizado “Proyecto de Nación”, ya sería esperar mucho, aunque la esperanza es lo último que se pierde.