A raíz de que hace ocho días me referí vagamente a la absurda “Ley de Murphy”, algunos de mis contados lectores me han pedido que amplíe un poco esa ·forma cómica y mayoritariamente ficticia de explicar infortunios, basados en el adagio que asevera que ‘si algo puede salir mal, saldrá mal”.
Como tampoco estoy con ánimos de ocuparme de algún asunto trascendente atiendo la petición de manera superficial y muy resumida, comenzando con señalar que esta ley (que no pertenece al área del Derecho) fue enunciada por Edward A. Murphy Jr., quien trabajó en experimentos con cohetes en la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Existen diferentes teorías sobre su origen, una de las cuales se refiere a pruebas que dirigió el propio Murphy, quien habría aseverado que “Si hay más de una forma de hacer un trabajo y una de ellas culminará en desastre, alguien lo hará de esa manera”. Como sea, el espíritu inicial conlleva el principio de diseño defensivo, al anticipar los errores que el usuario final probablemente cometerá.
Al paso de los años y la traducción a diferentes idiomas y su variable explicación en distintas culturas se ha ido tergiversando su concepción inicial, de suerte que en Guatemala, por ejemplo, se aplica a casos como los siguientes: Si usted es un automovilista que lleva prisa y observa que en el carril de al lado los vehículos van más rápido, entonces se cambia a esa carrilera, para que metros más adelante el tráfico vehicular se detenga y avance en el carril donde usted estaba. O busca en su casa su reloj, y lo que encuentra es su DPI que lo había dado por perdido, con las consecuencias que implica.
Pero también algunos le llaman la ley de Murphy a otras “leyes inexorables” que no tienen relación con el difunto científico norteamericano: Llega corriendo al teléfono fijo de su hogar justo a tiempo para responder, cuando el desconocido interlocutor cuelga. Si necesita abrir una puerta con la mano que tiene libre, resulta que la llave está en el bolsillo opuesto.
Cuando tiene las manos llenas de grasa, le comenzará a picar la nariz. La probabilidad de que al estar comiendo se manche el traje o el vestido, es directamente proporcional a la necesidad de presentarse nítido. En el momento en que está duchando y con el cuerpo y la cabeza enjabonados tocan a la puerta y usted está solo. Si sufre de estreñimiento y está sentado en el inodoro, cuando está a punto de lograr su cometido, cabalmente suena el teléfono en la sala.