A una conocida funcionaria de gobierno se le practicó un detallado examen mental. A continuación se presenta el informe de la descripción minuciosa, ordenada y sistemática de las alteraciones mentales que padece, como signos relevantes muy visibles. ¿Identifica quién es?
Porte: la funcionaria viste con pantalones vaqueros apretados, y blusas ajustadas al cuerpo. Sus otras ropas son finas y caras, en exceso. Proyecta una imagen demasiado juvenil, a veces pedestre. La edad cronológica no corresponde con ese ideal que pretende, pese a liposucciones recientes.
Tono y contenido del lenguaje: adecuados. Ademanes: exagerados. Cuando sube el nivel de voz, es para llamar la atención. Expresiones faciales acordes, pero presenta gestos de desagrado, abiertamente. Por unos instantes, entiende y obedece órdenes, pero es muy caprichosa. Mantiene buen contacto visual… pero rápidamente desvía la mirada cuando se cuestionan sus relaciones interpersonales. Mantiene una sonrisa muy fingida. Su mirada se pierde, cuando habla de su familia verdadera. Se llenan de agua sus pupilas, pero se contiene, lo que simula un gran dominio sobre sus emociones. Evade hablar de su prole y su esposo, el legítimo. Esa imagen de autocontrol y fortaleza es aparente, porque se sabe resquebraja por dentro. Se siente vulnerable y cambia de tema, con un discurso memorizado. No desea inspirar lástima y secretamente mantiene una ilusión, que termina ni cuaja.
Se entretiene largamente en diversos chismes de gobierno. Se mantiene hiperalerta, producto de la alta exposición mediática, aunque le fascina ser el centro de atención. Y lamenta esta autoconstrucción que ha despertado una relación de amor-odio con la prensa, que le quita el sueño últimamente. Todo el tiempo permanece a la defensiva. No le gusta que la comparen con Sandra Torres, su peor enemiga, aunque son como dos gotas de agua.
Cuantitativamente, su grado de consciencia es casi nula; pues vive soñando; cualitativamente mantiene un estado de obnubilación: en estado “maravilloso”, atravesando un momento mágico, feliz e irrepetible, pero sabe que habrá un final y el desenlace puede ser desastroso. Se encuentra enamorada del “poder político” y éste –lamentablemente- es efímero. Le angustia que le quede poco para gozarlo. Tal vez por eso lo exprime. Cada aparición pública es esperada como la novia que espera al cadete saliendo de franco. Es posible que, desde niña, esté enamorada… pero del poder; por el que haría cualquier cosa. Es una de sus fijaciones. Su sobrepeso es otra de ellas, delirante obsesión que termina por ponerla de muy mal humor.
Como terminará pronto sus funciones, ahora quiere subirse a otro poder: la alcaldía capitalina. Por eso, últimamente se la ha visto encaramada en cuanta tarima le ponen. En el fondo, le duele que hablen mal de ella, pero sabe que eso es bueno para un político de profesión, que busca mantener un alto perfil.
Peligro: podría estarse gestando un síndrome de hipomnesia, aunque leve, que degeneraría en una perturbación mnemónica, pues no recuerda cuánto cuesta un viaje a Roma en comparación con otro a Petén. Manifiesta un cálculo alterado en sus finanzas. Sus estados bancarios han crecido desmesuradamente. Realiza operaciones matemáticas complicadas, pero no puede sumar dos más dos. Solo habla de millones. Los signos de Quetzales han desaparecido de sus antiguas cuentas. Simbólicamente los Dólares le han sido implantados, como en toda su identidad psíquica y física; social y política.
Su pensamiento es coherente, lamentablemente produce pocas ideas valiosas, muchas son vacías de contenido. Tiene ideas delirantes en cuanto a su personalidad y la verdadera cantidad de seguidores o “fans”. Su autorreferencialidad pasa por momentos oscuros: públicamente dijo que se considera la madre adoptiva de 14 millones de guatemaltecos. Exhibe estados exaltados que son de tipo persecutorio: cree que todos los periodistas la odian y están detrás de ella.