Qué fácil es hacerse de la vista gorda, lavarse las manos, negar, fingir demencia o simplemente, con descaro absoluto, abusar del poder que aun no entiendo por qué se le otorgó y así imponer –por conveniencia– obviamente, algo que el pueblo rechaza, algo a lo que se ha resistido por años, algo que sabemos todos no trae nada bueno, sino todo lo contrario.
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Pero así sucede y unos culpan a otros y mientras las cámaras de los noticieros les dan la palabra para justificarse, gente valiente, gente honrada, gente digna es lastimada, expulsada y vulnerada, aunque de esto no se hable mucho, porque total, a quién le importa lo que les pase, adonde vayan y si están mal.
En este país, todos vemos la derechura o torcedura, según el caso, de nuestra nariz y lo que no nos afecta nos viene del norte, aunque quizá esa expresión no sea correcta si nos viniera del norte, por lo alienados que somos, quizá nos importara algo, simplemente, nos da lo mismo.
No pensamos, no medimos las consecuencias de lo que estos abusos implican como sociedad, mucho menos de lo que la instalación de estas empresas va a provocarnos. Mejor que haya inversión decimos, arrojando nuestra ignorancia y falta de vergüenza a los cuatro vientos, al final mientras tengamos centros comerciales tipo Miami, aunque sólo vayamos a mirar, mientras la comida rápida llegue no tan velozmente a nuestras casas y nos pasemos la vida pagando los extrafinanciamientos de las tarjetas de crédito, que encima divulgan nuestros datos a diestra y siniestra, no hay problema.
La pobreza no está en esas personas que defienden con valentía sus derechos, ni en quienes vienen de lejos bajo el sol y escuchando insultos en las calles que conducen nuestros carros rodados con chasís falseado, no, la miseria, la escasez está en nosotros, los cómplices de los miserables inescrupulosos, políticos, aunque redunde porque esa palabra es sinónimo de mierda.
La Puya en resistencia está más fuerte que nunca. No a la minería, no a los “patriotas”, no al abuso, no a la imposición, no a la brutalidad.