“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión: este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.” Declaración Universal de los Derechos Humanos, 1948.
La libre emisión del pensamiento es una parte intrínseca en la realización de todo ser humano. En mi caso particular, desde que me hice consciente del mundo, mis padres me enseñaron a decir lo que pensaba, a no adscribirme al pensamiento o ideología de alguien más (ni siquiera a la de cada uno de ellos), sin temor a represalias, pues esto me convertiría en un “ser” y no simplemente, como diría Ortega y Gasset, en una mujer masa.
Crecí para convertirme en una especie de “bicho raro”, señalada por mis pares, maestros y hasta familiares por pensar diferente y expresarlo abiertamente.
Sin embargo, y a pesar de atesorar tanto mi derecho a expresarme con libertad, considero importante hacer una reflexión acerca de los límites que debe tener ésta.
¡Sí! Leyeron bien queridos amigos, los límites de la libertad de la emisión del pensamiento, pues expresarse sin responsabilidad implica convertirnos en verdugos de la libertad del otro.
Verter opiniones sin limitaciones, puede resultar en una agresión para la persona o grupo a quienes estas involucra, limitando la libertad de las mismas y teniendo repercusiones nefastas en su desenvolvimiento dentro de la sociedad.
Un ejemplo importante de lo expuesto anteriormente, puede ser el incidente provocado en el año 2012 por la filmación, proyección y difusión en You Tube del filme “The innocence of Muslims”, escrito y dirigido por un israelí-estadounidense quien lo realizó con intensión de mofarse del Profeta Mahoma y que desembocó en protestas fatales en el Medio Oriente.
El filme fue percibido como un medio para denigrar a la religión musulmana lo que llevó a defensores de dicha fe a iniciar una serie de manifestaciones violentas iniciadas en Egipto y difundidas a muchas otras naciones árabes. El saldo de las protestas fue más de 50 muertes y cientos de heridos.
Cuántos otros ejemplos podríamos contar día con día en las páginas de los medios de comunicación, en las redes sociales e incluso en nuestras conversaciones.
Aclaro en este punto, que no infiero con esto que se deba reprimir el sentimiento o el pensamiento. Al contrario, pienso en mi libertad de expresarme como uno de mis tesoros más preciados sin embargo, también creo en lo que reza el dicho popular “Mi libertad acaba en donde inicia la libertad del otro”.
Las prácticas discriminatorias, racistas e intolerantes, a mi criterio, jamás serán parte de la auténtica libertad. El reconocer al otro como individuo, al contrario, me permite expresarme sobre este y sus ideas adecuadamente, admitiendo que esa individualidad radica precisamente en la diversidad del pensar.
¿Hasta dónde puede llegar la libertad de expresión sin que afecte la dignidad y la libertad de los demás? En definitiva, la emisión libre del pensamiento debe estar siempre limitada, no por un ente regulador sino por la tolerancia y por la verdad.
La pluma que escribe lo que le susurra el pensamiento, la pluma que forma las alas que se nos han dado para volar y ser “libres” debe ser disciplinada pero antes que todo responsable, no se puede alzar el vuelo atropellando a los otros seres que planean alrededor, aun así sea en distinta dirección.