Uno de los pasajes más trágicos de la democracia fue hace poco más de dos mil años: Preguntoles Pilatos: “¿A quién quieren ustedes que suelte, a Jesús o a Barrabás?” El pueblo respondió: “¡A Barrabás!, ¡a Barrabás!, ¡a Barrabás!” Y así, aplicando la democracia con gente inconsciente y estúpida, que no sabía siquiera lo que le era conveniente, mataron a su Maestro y Mesías, para el cual pidieron además, la cruz… “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”
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Platón por su parte negó contundentemente que todos los ciudadanos estuviesen por igual capacitados para participar en política, esto es, para poder elegir o ser elegidos gobernantes. Otra de las cosas que Platón consideró de la democracia fue el problema de la multitud. ¿Quién dijo que las decisiones de la mayoría, –cuestionó–, eran garantes de justicia, orden y desarrollo? Platón señaló una larga lista de injusticias y atrocidades que se cometieron por decisiones adoptadas por la mayoría, –no sólo del pueblo–, sino de la asamblea ateniense. Entre otras, la condena a muerte de su maestro Sócrates, obligado a beber cicuta.
Como es constatable, la democracia es como un arma de doble filo. No es a prueba de electores idiotas, pícaros o ignorantes. También se desvirtúa cuando quienes votan, carecen de honor y dignidad. Tampoco se sostiene cuando quienes votan buscan sólo su beneficio personal sin pensar en la mayoría. Se derrumba cundo quien ejerce el sufragio, se deja llevar por la apariencia. Se pierde cuando el electo ha mentido. Todos estos, sean idiotas, pícaros o ignorantes, se encuentran en todos los segmentos económicos, sociales y culturales. Sí; aunque algunos no lo crean pero nos consta, también hay idiotas muy ilustrados, así como también hay sinceros muy equivocados…
Pero el problema en realidad no es que haya electores idiotas, porque en todos los países los hay, sino el porcentaje en el que los tenemos acá en nuestra queridísima patria. Tal porcentaje gigantesco de electores irresponsables o ignorantes, abona el terreno para la manipulación del voto y consecuentemente de la democracia misma.
“…porque Dios en su infinita misericordia, por cada candidato mentiroso y pícaro, creó a diez mil idiotas para que viva el primero…” Así, el mentiroso y criminal, en lugar de ayudar y/o proteger constructivamente al necesitado, lo hunde más. Todos los demás flagelos se darán por añadidura. Este círculo vicioso es prácticamente eterno, con su respectiva cauda de mortalidad infantil, analfabetismo, criminalidad, corrupción, centralización, maras, etc. Ha sido más importante la apariencia y el falso aplauso desde el exterior, por haber llegado a ser un “país democrático y en vías de desarrollo”, que el desarrollo real, respaldado por las estadísticas sociales y económicas.
Alfonso Portillo dijo en alguna oportunidad, y él sabrá por qué lo dijo: “El que no miente en un proceso electoral, no gana”. ¡Qué cierto y qué lamentable es! Y como contraparte, no existe ninguna ley ni entidad que de alguna manera establezca la factibilidad de la promesa electoral, como tampoco ningún ente verificador de la obra gubernamental. Resultado: La mentira será la base de toda campaña “democrática”.
¿Cómo protegernos del engaño, de la mentira y la farsa? El sistema parece incapaz de evitarlo y hecho a la medida del criminal y del mentiroso. ¿Serán también criminales y mentirosos quienes lo concibieron?
Instituciones como el Colegio de Abogados, como el Ministerio Público, como la Fiscalía General, la Procuraduría de los Derechos Humanos, Tribunal Supremo Electoral, etc., ninguno parece darse cuenta y menos aún, ninguno parece interesado en proponer una consulta o referéndum a mitad del período gubernamental, para confirmar o no, al gobierno de turno, y su eventual sujeción a juicio.
Primero, dejemos de ser parte del problema. Ya no legitimemos con nuestro voto, esa farsa cada cuatro años. Segundo, propongamos un control de factibilidad de la oferta política y que cada gobierno gobierne por metas predeterminadas y con objetivos específicos, medibles en cantidad y calidad, de forma tal que sean verificables. Ah! Y elevemos al INE a calidad de Dirección General.