Hay personas que transcurren su vida haciendo grandes cosas pero que, a diferencia de otras que se dan méritos que no les pertenecen, pasan inadvertidas y nunca se llega a conocer a cabalidad la dedicación, generosidad y el alcance de aquello que han logrado realizar.
Este es el caso de la licenciada Alcira Goicolea Villacorta, quien falleció la mañana del 19 de enero de este año.
Conocí a Alcira cuando las dos teníamos once años y mis padres me inscribieron en el colegio Belmont. Éramos un grupo pequeño –nueve alumnos en la clase- por lo que llegamos a conocernos muy bien. Luego, por azares de la vida, dejé de verla por largo tiempo. A pesar de ello me daban siempre noticias de ella, y por eso supe que su hermano, el licenciado Domingo Goicolea Villacorta, había sido nombrado Ministro de Relaciones Exteriores en 1954 y que en 1956 había sido enviado como embajador de Guatemala ante la Santa Sede. Mingo, quienes lo conocían así lo llamaban, era soltero, por lo que Alcira se fue a vivir a Roma para ayudarlo en las labores de la embajada.
Típico de Alcira, aprovechó la oportunidad que le brindaba la Ciudad Eterna para inscribirse en la Academia de Santa Cecilia, una de las instituciones más prestigiosas del mundo para estudiar música. Poco antes de regresar a Guatemala obtuvo el título de pianista y, aunque nunca lo convirtió en profesión, a través de los años se presentó varias veces en calidad de solista en conciertos, acompañó algunos coros, como el grupo Veteri, así como a diferentes cantantes, algunos no muy conocidos y otros profesionales, entre los cuales destacan Valentina Sobalvarro de Pilling y Luis Felipe Girón May.
A propósito de lo cual, su hermana Clara me refirió lo que aconteció en una ocasión en que Alcira acompañó a Luis Felipe, anécdota que refleja a cabalidad su carácter. Para esa ocasión, Alcira tenía la música impresa en hojas de papel que colocó sobre el piano en espera de que el concierto comenzara. Sin embargo, justo en el momento en que Luis Felipe se disponía a cantar, alguien conectó el aire acondicionado y las hojas salieron volando en diferentes direcciones. Su hermana, quien se encontraba entre el público, se afligió al ver aquello.. “¿Y Alcira?”, le pregunté a Clarita. “Pues Alcira soltó una carcajada” me contestó, “y riéndose fue en pos de las hojas perdidas, con lo cual el concierto comenzó con una nota de buen humor.”
A principio de los años setenta la operaron de un cáncer del seno. Un día recibí una llamada de Alcira. “Me acaban de operar,” me dijo, “y necesito distraerme. ¿Podría trabajar con ustedes en el teatro?” En esos días comenzaban los ensayos de una obra musical, “Mikado” dirigida por mi marido, Dick Smith. Enseguida le contesté que nos sentiríamos felices de que ella participara. Recordaba que cuando todavía estábamos en el colegio, habíamos actuado juntas en un drama preparado para la clausura, en el cual ella había destacado por lo bien que había interpretado su papel. En el Mikado también pudo demostrar sus habilidades encabezando a un grupo de japonesitas que tenían que cantar y bailar.
En una ocasión, justo antes de que la función comenzara, Alcira se dio cuenta de que una de las jóvenes había olvidado su peluca. Enseguida se quitó la suya, se la dio a la joven, cambió su traje de japonesa por el de calle y se fue a sentar entre el público. La escena en la que ella aparecía fue un desastre: sin su liderazgo las jóvenes de encontraban perdidas, fuera de tono y sin dirección definida. Alcira se reía porque aquello le parecía gracioso, en cambio a Dick no le hizo ninguna gracia. Después de esa función le suplicó que nunca cediera su lugar –a nadie y por ninguna razón.
Y así fue como durante los próximos años, Alcira participó con nosotros en tres obras de teatro, la última de las cuales fue otra musical, “Mi Bella Dama”. Para entonces las dos habíamos entablado amistad con Fryda Henry, mujer de mucho espíritu y muy simpática.
Digo esto porque quiero referir otra anécdota que también ilustra el carácter sencillo y sin pretensiones de Alcira. Una tarde nos encontrábamos las tres esperando que comenzara el ensayo. Dick llegó hacia donde nos encontrábamos y nos dijo que le habían avisado que la pianista, Rosalinda de Alvarado, no podía llegar esa noche. Entonces se dirigió a Alcira: “¿Nos harías tú el favor de acompañarnos?”, le preguntó. Alcira inmediatamente se levantó, fue hacia el piano y comenzó a tocar. En ese momento vi la cara de Fryda: boquiabierta, los ojos se le salían de las órbitas. “¿Y Alcira sabe tocar piano?”, preguntó maravillada. A lo que yo le contesté más que orgullosa: “Alcira se recibió de pianista en la Academia de Santa Cecilia de Roma, una de las más prestigiosas y difíciles que existen en el mundo Además, es licenciada en historia, graduada de la Universidad de San Carlos.”. Después de un momento, que probablemente le sirvió para digerir lo que oía, Fryda comentó con su chispa de siempre: “Mire Usted. Y yo que creía que la Alcira era tan ignorante como yo.”
La verdad es que me había quedado corta en describir los méritos de Alcira. Con el tiempo me fui enterando de muchas actividades suyas que yo desconocía y que me impresionaron sobremanera.
Sabía que había hecho estudios para la Maestría en Ciencias Sociales y para el Profesorado de Segunda Enseñanza, en la Universidad Francisco Marroquín. Y que hablaba cuatro idiomas: inglés, francés, italiano y alemán, además, naturalmente, de su español nativo. Mientras vivió en Roma, fue maestra de inglés de cuarto y quinto grado elemental en la Monte Parioli Day School. Durante diez años, de 1968 a 1978, fue directora del colegio Belmont, del cual también era copropietaria junto con la señora Amparo de Arenas. Durante ese tiempo recibió en su colegio, sin cobrarles nada, a niños y jóvenes que sabía tenían la capacidad y deseos de aprender y no contaban con los medios para pagarse los estudios. Y fueron muchos.
Dio clases de piano en la Escuela para Ciegos Santa Lucía y diferentes cátedras y consultorías en varias universidades de Florida, en Estados Unidos. De 1985 a 1994 fue catedrática de la Universidad del Valle y de 1989 a 1994 fue Vice Decana de la misma universidad. Se especializó en historia, literatura y música y dio cátedras de esas materias en la Universidad Francisco Marroquín y durante diez años enseñó estudios sociales, filosofía, psicobiología, inglés y música en segunda enseñanza.
Ingresó a la Academia de Geografía e Historia de Guatemala; integrando la Junta Directiva de esa institución durante doce años y, además, fue editora de la revista Anales de la Academia durante cinco años. Como si fuera poco, colaboró activamente en la edición de la Historia General de Guatemala cooperando con varios artículos en diferentes secciones de la obra.
Durante los años posteriores a 1978, se convirtió en miembro activo de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos Heráldicos e Históricos. También participó en el proyecto de reconstrucción de la Iglesia La Merced, dirigido por su prima hermana, Lic. Ana María Urruela de Quezada. La asociación a la que pertenecían logró que British Extension Services mandara a Guatemala músicos expertos en la restauración de órganos. Ayudada por ellos, Alcira tomó a su cargo la reconstrucción del órgano de la iglesia para luego iniciar trabajos de restauración en el órgano de la Catedral de la Antigua y estudios para habilitar el de San Pedro las Huertas. Desgraciadamente y como suele suceder a menudo, hubo que suspender los trabajos por falta de fondos.
Alcira transcurrió sus últimos años leyendo y haciendo investigaciones para las diferentes actividades de las Academias a las que pertenecía. Desafortunadamente sufrió muchos quebrantos de salud, lo cual en los últimos tiempos limitaba la frecuencia de sus salidas, pero poseía una vida interior tan intensa que lo aceptaba con tranquilidad y su usual valentía. Falleció estando en su casa y fue enterrada ese mismo día, tal y como ella deseaba, dejando tras de sí un recuerdo imborrable en quienes la conocimos y un legado invaluable para el país que la vio nacer.
Fryda comentó con su chispa de siempre: “Mire Usted. Y yo que creía que la Alcira era tan ignorante como yo”.