“Como decíamos ayer”, fue la expresión que utilizó Fray Luís De León, cuando al concluir su encarcelamiento, retornó a las aulas de la Universidad de Salamanca. Pues bien, vuelvo a estas prosas mundanas con nuevos brillos, para seguir narrando lo que era el viejo pueblo de nuestras andanzas infantiles.
¿Quiénes eran los ayudantes? Ahora y aquí en esta complicada ciudad les denominan “talacheros” y son los que van “apretujando” a los usuarios de esos incómodos medios de transporte colectivo, parecidos a los camiones que llevan ganado vacuno a los rastros de los pueblos vecinos. Pero, los ayudantes a que me refiero no tenían ese cometido. Eran los ayudantes de los pilotos de los escasos buses que hacían posible venir de compras a la capital saliendo de madrugada y regresar por la tarde con una caja de pasteles comprados en “Las Victorias”. Todos las camionetas que venían e iban a Chiquimulilla, se estacionaban en el Mesón Concordia, en la 17 calle y 6ª. avenida de la zona l. Por eso siempre nos fue familiar el Bar Roxi y su marimba La Gran Continental, y en la esquina siguiente la cantina “Aquí nadie pasa sin saludar al Rey”. Esos ayudantes no sólo se levantaban a las tres de la mañana, ayudaban a recoger el pasaje, a colocar las valijas, los quintales de chacalín y de pescado seco, y cuando era la época, los costales de mangos sazones, de racimo y de pashte. Y todos conocíamos a los ayudantes: Al gordo de La Sonrisa, así se llamaba la camioneta de la que era ayudante, le decíamos “Pandemaiz”. Se parecía a Costello. En La Fragata trabajaba como ayudante don “Chico Pellejo”, de quien nunca supe su apellido. Quizá era el ayudante más antiguo y conocía a toda la gente del pueblo que solía viajar por lo menos a Escuintla. Cuando llegaban las vacaciones y se volvía al pueblo, ni bien se asomaba uno por la sexta ya tenía a la par a don Chico Pellejo, para ayudar con la valija o la petaquilla. Y había un ayudante que sólo se desplazaba en el pueblo y con las mismas funciones. Lo conocíamos como “Nanagüina”. En su juicio era un anciano callado; pero, cuando empinaba el codo, tenía la manía de maltratar a medio mundo. Y tenía varios objetivos y uno de ellos era doña María Morales, aunque nadie le hacía caso. Al final, los guardias lo llevaban a la cárcel por escándalo en la vía pública, aunque lo soltaran a al día siguiente. A muchos medios de transporte estuvieron ligados los viejos ayudantes. La Sonia, de la familia Valle; La Niña de los Pichón; luego apareció La Super Niña y sus viajes de romeristas a Esquipulas; La Fragata, que transportaba el correo…Todas utilizaron a esos viejos ayudantes que nunca aprendieron a manejar. Nunca llegaron a ser pilotos. Después aparecieron otros ayudantes y otras camionetas, pero ya sin el encanto de las viejas y destartaladas en que nos tocaba viajar y que desde temprana hora andaban despertando al vecindario y que al sonar las bocinas uno sabía que ye iba a amanecer. Hasta existió una que hacía viajes al embarcadero El Papaturro, en el Canal de Chiquimulilla, y como en el verano siempre andaba cubierta del polvo de la carretera, la gente la conocía como “La Polvosa”.