Este sábado seguimos con este gran músico Felix Mendelssohn-Bartholdy y diremos que su música es como una mañana que se instala en la sonrisa de Casiopea, esposa amada y se asoma en sus ojos de miel como espuma en destello y luminaria.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela
Continuando con la columna anterior, Mendelssohn realiza un viaje que dará su fruto en forma de otra sinfonía, la célebre Italiana que más adelante comentaremos. No obstante, toda esta suerte de escenarios nostálgicos, su carrera prosigue y es llamado por la Sociedad de las Juventudes Musicales de Leipzig para ocupar el cargo de Director. El joven romántico que acaba de cumplir veinticuatro años se ve obligado a asumir una importante tarea de auténtico funcionario, además de conductor, compositor y pianista.
El punto personalísimo de romanticismo formalista, o sea de estructura clásica, ha inducido a establecer una muy singular comparación de su música con la dulzura de la pintura de Murillo. Es una comparación aparentemente insólita pero realmente atinada. Vuillermoz lo ha afirmado así cuando dice: “Muchos aficionados a la pintura estarán de acuerdo con ello y habrán de convenir que esta comparación nada tiene de peyorativo ni humillante, puesto que no es frecuente encontrarse con músicos que merezcan semejante homenaje.” Este aserto es además doblemente válido por el gran número de obras de aliento religioso que alcanzó a componer Mendelssohn. En cuanto a la relación entre Mendelssohn y sus contemporáneos, diremos lo siguiente:
Mendelssohn es otro músico que, como Mozart, vive una existencia extraordinariamente fugaz; tan fugaz como fecunda. Sus contemporáneos son ya los grandes nombres del romanticismo musical. Su formación será, sin embargo, inicialmente clásica y rotundamente académica, por lo que sus influencias concretas las recibirá ante todo de los viejos maestros del siglo XVIII. Por una parte, pertenece al mundo refinado y delicadamente melódico de los operistas como Bellini y Donizetti, aunque por otra, posee ya una dimensión en profundidad semejante a Schumann. Su romanticismo tiene también raíces más clásicas por lo que, cuando realiza citas anecdóticas con motivo de sus viajes, ello adquiere un carácter mucho más poético que documental. Salvando las enormes diferencias de estilo y técnica, es en este sentido más afín al poematismo pianístico de Liszt. Ningún contacto existe en cambio con la fórmula popularista y colorista de un compositor casi contemporáneo alemán del todo con Mendelssohn, como es el ruso Mihail Glinka. Ello es debido a que el compositor alemán se encuentra anclado en parte en el fondo clásico que mencionamos, en tanto que el compositor ruso es el portador del nuevo mensaje de la renovación orquestal que acabaría por confluir en los grandes sinfonistas eslavos.
El proceso de Mendelssohn alcanzaría más bien una continuidad hacia el estilo propio de Brahms, naturalmente mucho más severo y profundo en toda la extensión de la palabra. La auténtica proyección de Mendelssohn se concreta, en cambio, en el campo del oratorio y la cantata que florece por doquier durante la segunda mitad del siglo XIX. No existirá apenas compositor de aquella época que no posea en su haber, en un instante u otro de su carrera, una cantata o un oratorio que en el fondo no deba alguna contribución a la fórmula mendelssohniana. No en vano había sido el redescubridor de J. Sebastián Bach de quien, a la edad de veinte años había vuelto a dirigir La Pasión según San Mateo. Semejante modelo que no dejó de influir en él, acusa ciertamente, dentro de su fórmula clásica permanente, el alcance de un lirismo y un contenido humano que procede de unos tiempos que nada tienen que ver con los de Bach.