Los periodistas tenemos que lidiar a diario con cifras y datos que arrojan información vital sobre lo que sucede en la política o la economía, y que suponen una herramienta importante para tomar decisiones, como el alza en los precios de los combustibles, el aumento en el endeudamiento del Estado y las fluctuaciones de los tipos cambiarios.
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Pero hay otra clase de datos y números que no tocan nuestros bolsillos y por eso no siempre se les presta la atención que merecen, aunque realmente se trata de temas sumamente importantes para el país; me refiero a las estadísticas que reflejan la terrible y abominable realidad a la que están condenadas las niñas, adolescentes y mujeres guatemaltecas.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2012 se registraron 3,014 embarazos en niñas menores de 14 años y 81,661 de adolescentes entre 15 y 19 años, para un total de 84,675 embarazos en menores de 19 años.
Los datos también indican, por ejemplo, 244 adolescentes de 19 años que están reportando su cuarto hijo, enfrentando la maternidad no solo a temprana edad sino repetidamente con un riesgo para su vida y su salud, y además, están viendo limitadas sus oportunidades de romper el ciclo de la pobreza, la exclusión y la misma violencia.
¿Qué opciones les da la sociedad a estas jóvenes madres y sus hijos? Hasta donde sé, las oportunidades se les niegan cada vez más: se les excluye de la educación y el empleo, se les señala como ejemplos de “inmoralidad” y se les posiciona en una situación que delata vulnerabilidad a la violencia.
“Estas niñas y adolescentes que se encuentran enfrentando la vida junto a cuatro hijas o hijos, quedan rezagadas en las posibilidades de acceder al desarrollo, participar en el mercado laborar y ejercer la participación ciudadana”, refiere un análisis del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, en inglés).
Sobre las causas que propician esta situación hay mucho que decir, así como también sobre las soluciones que se deben plantear para evitar que las niñas y mujeres puedan liberarse de esta terrible e injusta condena social.
Creo que es innegable la necesidad de crear programas de educación sexual que lleguen a los estudiantes de todas las edades y todas las regiones, y que les provean de conocimientos y herramientas efectivas para tomar sus propias decisiones.
Es imprescindible que se provea de conocimientos científicos y se les aleje de las condenas morales, los estigmas y la discriminación a las que se les somete constantemente en esta sociedad conservadora, que lejos de ayudar a solucionar el problema, lo agudiza aún más.
Por otro lado, es importante que se revise la patética actuación del sistema de justicia para procesar a los responsables de las violaciones sexuales y se consideren penas más severas en estos casos, pues la impunidad, hasta ahora, es una de las principales aliadas de la violencia de género.
Dar oportunidades a las niñas es dar una oportunidad a toda la sociedad.