Orhan Pamuk: El libro negro (LX)


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“Al contar por segunda vez la historia insistió en los lugares a los que no había prestado la suficiente atención la primera, y al contarla por tercera vez comprendió claramente que podía ser una persona distinta en cada ocasión que contara la historia.”

René Leiva


Ilustración de portada, edición Alfaguara, 2006: la efigie de un hombre sin cara; lo que debía ser un rostro es una sombra (con cuello y corbata, cabe señalar) que sostiene una careta (esa sí con la faz de un quídam triste) en la mano extendida; y arriba la media luna y las estrellas.

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Con la vuelta de las páginas y el descenso de los renglones paralelos a un horizonte circular, en un repetido ir y volver de izquierda a derecha, diseminados, plantados aquí y allá, o en cuidadoso crecimiento silvestre pero no espontáneo, casi no sorprende encontrar claves recurrentes, repitentes motivos infiltrados, diluidas pistas encubiertas, obsesiones más o menos disfrazadas, solapados mensajes en código explícito… Frases perdidas, descifrables, que se repiten en diferentes contextos del propio texto… Luz que se apaga en esta página leída y que se encenderá en otra página por leer… Presagios revelados más por intuición que por el sentido lúdico de las palabras…

…Un ubícuo e intemporal bolígrafo verde o pluma verde lacrada, tinta verde, letras verdes; lo difícil que es ser uno mismo; “la poesía secreta de las caras”; el marchito y amnésico “jardín de la memoria”; la tienda de Aladino con más maravillas (de fábrica, para consumo masivo) que la lámpara maravillosa; en muchos turcos el cine extranjero como absorbente de su memoria; “cualquier texto, no trata de la vida sino del sueño, por el mero hecho de ser escritura”; mujeres casadas que cualquier día desaparecen sin dejar más rastro que su propia versión de una antigua historia; el misterio de las letras en (todos) los rostros; la supremacía de la imaginación respecto a la memoria; Sherezade como “maestra y santa patrona” de los columnistas turcos; en Rüya, a manera de compensar una indefinida pérdida, las novelas policiacas como refugio alienante en su vida matrimonial con Galip; los artículos de Celal – ¿es necesario repetirlo?– a manera de hitos, estelas o menhires esparcidos y con raigambre a flor de tierra; entre un cónyuge y otro existe una región secreta y misteriosa, más bien prohibida y excluyente, tierra de nadie, de la que solo de vez en cuando se atisban sus linderos vegetales; en ningún turco la épica de la inmanencia es menoscabada por la ¿irreversible? occidentalización de Turquía; la humana tendencia a confinar la historia en subterráneos de la memoria colindantes con el infierno; un hombre o una mujer puede optar por ser maniquí o espantapájaros, a veces alternar, pero nunca de forma simultánea; el ojo es anterior al espejo, el espejo como excrecencia reflejante y reflexiva del ojo; lo que no nutre al cuerpo ni al espíritu nutre a la fantasía…